“Ahora recordamos cómo es dormir sin el estruendo de las bombas”, nos explica Iryna Kryachok durante la charla que mantenemos en casa de Juan Antonio Rodríguez Castro y Laura Real Morales, ambos vecinos de Barbate que desde hace una semana acogen a una familia ucraniana que logró huir de la guerra desatada tras la invasión rusa a su país.
Los militares rusos entran en las casas, matan a los hombres, se llevan a las niñas, hay violencia sexual, los niños mueren solos en sótanos donde se esconden sin sus padres. Luego están los saqueos, dejan el pueblo totalmente destruido y entonces siguen avanzandoJunto a Iryna están sus hijas Dominika y Viktoria, y la tía de las niñas, Tatiana. Sus rostros están marcados por la tensión y el cansancio, y sus miradas irradian miedo, preocupación y también rabia e impotencia. Son jóvenes. La madre tiene 35 años de edad. Tatiana 20 años. Dominika cuenta con 13 primaveras y este mismo año Viktoria ha cumplido nueve. Son jóvenes pero sobre sus espaldas cargan con dos guerras, la actual y la de 2014, en la que falleció Oleg, el padre de Dominika y primer marido de Iryna. Su actual pareja y padre de Viktoria se ha quedado en Ucrania junto a la abuela… “rezamos todas las noches para que estén bien”.
Huyeron del conflicto separadas en varios microbuses. “Para tener más posibilidades de que escapar con vida al menos alguna de nosotras”, relata Iryna, cuya fortaleza es, como mínimo, encomiable. Salieron desde Kiev en dirección a la frontera con Polonia... “de noche y sin luces, atravesando varias zonas de guerra. Zonas muy peligrosas. El miedo que sentíamos no se puede describir con palabras”.
Una vez en Polonia, y gracias a la Asociación de Niños de Ucrania y Andalucía, que nació tras la primera guerra de 2014, se montaron en otro autobús y a los tres días llegaban a Algeciras junto a otros 24 refugiados. Allí los recogió Juan Antonio el jueves por la noche para trasladarlas hasta su casa en Barbate, donde hemos mantenido este encuentro.
Él y su esposa ya conocían a Dominika. “Lleva seis años viniendo a nuestra casa todos los veranos y navidades”, explica Juan Antonio. “Es como nuestra hija. La queremos como a una hija”. La pareja forma parte del proyecto de acogida de niños ucranianos que, reiteramos, se creó a partir de la guerra de 2014. Dominika incluso ha sido dama en la Feria del Carmen de Barbate y explica que su vínculo con el pueblo “es maravilloso”.
Poco antes de iniciarse la actual invasión rusa, Juan Antonio y Laura comenzaron a inquietarse... “sabíamos que se iba a desatar una guerra y temíamos por Dominika”. Ya con el conflicto iniciado “la preocupación fue en aumento. Hablábamos con ella todos los días y le pedíamos que se viniera. Pero ella no quería dejar a su familia y le insistimos en que nos daba igual, que viniera con ella. Al principio estaban reticentes, no querían abandonar su país. No querían dejar la vida que llevaban, la vida que tenían, pero cuando vieron que la guerra ya estaba junto a sus casas, no tuvieron más remedio que huir”.
Atrás se quedaron familiares y amigos, entre ellos el actual marido de Iryna y la madre de éste que no quería dejarlo solo en mitad de la guerra. Los hombres no pueden salir, se deben quedar a luchar. Si huyen son tratados como desertores por la Ley Marcial.
Ahora toma la palabra la propia Iryna para explicar que vivían en “en Tsybly, a una hora de la capital, Kiev, una región en la que se encuentran los puntos más calientes de la guerra. Una región en la que ya hemos visto los tanques y al ejército ruso dejar un rastro de muerte y horror”.
Para quien no quiera ver el horror que supone una guerra, esta madre lo explica sin paños calientes. “Los militares rusos entran en las casas, matan a los hombres, se llevan a las niñas, hay violencia sexual, los niños mueren solos en sótanos donde se esconden sin sus padres. Luego están los saqueos, dejan el pueblo totalmente destruido y entonces siguen avanzando”. Escalofriante, sí, pero tan real que eriza los vellos.
No son solo palabras. Estamos en un mundo repleto de móviles y redes sociales. Nos enseña un grupo de whatsapp repleto de vídeos “que no salen en la televisión”. Vídeos que evidencian la crueldad de la guerra en la que no es cierto que los civiles estén a salvo. En esta guerra, como en todas, los civiles son las principales víctimas. Vídeos repletos de horror, fuego, muerte, sangre, gritos y humo. Vídeos que muestran el sufrimiento de una población masacrada por las bombas.
Ellas han podido escapar de ese infierno gracias “a estas personas de gran corazón y alma”. Ahora en Barbate “tenemos una cama suave, comida y no vemos el cielo ardiendo todas las noches por los misiles y los bombardeos”, comenta agradecida Tatiana.
“Ahora recordamos cómo es dormir, no tenemos que escondernos, ni refugiarnos cuando suenan las sirenas y los misiles, sin saber dónde caerán, si en el pueblo vecino o en el nuestro”, añade Iryna.
“Estamos infinitamente agradecidas por todos los niños y niñas que han sido rescatados porque ya han soportado demasiado para la edad que tienen y ahora están a salvo”, y es que “la situación en su conjunto es extremadamente grave e incontrolable desde el comienzo de una invasión rusa a gran escala en Ucrania”.
Una invasión “acompañada por los ataques de los soldados rusos contra civiles que tratan de protegerse en sótanos y refugios antiaéreos durante semanas y que mueren por deshidratación o por las bombas”.
“La evacuación también es difícil porque los autobuses que trasladan a los niños deben pasar por zonas bajo el fuego enemigo”, relata Iryna que lo ha vivido en primera persona y que asegura, para denunciarlo públicamente, que “también es común que los terroristas bombardeen a las personas en los refugios y a las que tratan de huir de las fuerzas armadas. El fuego de los misiles destruye instalaciones militares, según los atacantes rusos, pero no dicen que también destruyen jardines de infancia, colegios, hospitales maternos, asesinando a niños o dejándoles huérfanos”.
Su mirada vuelve a relajarse y tras un silencio para aparcar toda la rabia que contiene su alma, Iryna insiste en su mensaje para alabar la solidaridad que se ha desatado alrededor de la barbarie. “No esperábamos que la gente fuese tan sensible, con un corazón tan grande para apoyarnos con tanta dedicación, por eso queremos agradecer a Juan y Laura por la tremenda ayuda que nos prestan… si hay más gente así en el mundo, todo irá a mejor”.
La familia, sentada en el sofá del salón de la casa que les ha acogido en Barbate, comenta que su deseo “es que la guerra termine cuanto antes para volver a nuestras casas con nuestros familiares y amigos que se han quedado allí. Deseamos mucho que se ponga fin a este horror que tiene lugar en el mundo y en la sociedad democrática actual del siglo XXI”.
Les preguntamos si tienen contacto con el padre y la abuela que permanecen bajo la guerra. “Sí, hablamos con ellos todos los días. Y todas las noches oramos para que estén bien”.
Nos volvemos hacia Juan Antonio y Laura, ambos de 38 años de edad, y nos explican que “por ahora nos hemos hecho cargo de todo. Nos hemos puesto en contacto con el Ayuntamiento pero no hemos tenido ninguna ayuda por ahora, solo que iban a habilitar un registro para aquellos vecinos que se ofrezcan a acoger refugiados. No queremos darles caridad, queremos que tengan dignidad. Es decir, nos gustaría que pudiesen estar juntas en un piso o una casita, con camas y un baño, para que tengan intimidad. Ellas están dispuestas a trabajar porque sus recursos económicos ahora mismo son limitados”.
También ven necesario que se agilicen los trámites burocráticos para que obtengan permiso de residencia y trabajo, y sobre todo “estamos viendo las opciones para que las dos niñas, Dominika y Viktoria, puedan escolarizarse cuanto antes”. Aquí Dominika explica que “los colegios e institutos cerraron nada más comenzar la invasión porque son objetivos también de los bombardeos”.
Tanto Juan Antonio como Laura están “felices porque hayan llegado sanas y salvas, y estén ya lejos de la guerra, pero necesitamos ayuda para que la calidad de vida de esta familia golpeada por la tragedia, no empeore. Ahora mismo somos siete personas en casa, con la barrera lingüística y las diferencias culturales propias, en un espacio insuficiente. Todos estamos felices de que estén con nosotros, pero una vez conseguido el objetivo de huir de la guerra, necesitamos trabajar en que sigan estando bien durante su estancia”.
La intención, tal y como explica la pareja también en un mensaje lanzado a través de sus redes sociales, es que permanezcan en Barbate hasta que puedan regresar con el resto de su familia en Ucrania y puedan retomar su vida, pero “la incertidumbre de cuánto durará el conflicto, nos hace pensar en que tener un espacio propio para ellas es necesario. Buscamos un lugar para alojarlas y tratar de normalizar su tiempo de acogida en España. Queremos que estén cerca, porque somos su vínculo, su nexo con España y su única familia aquí. Nos gustaría ayudar a Iryna y Tatiana a encontrar una actividad laboral que les permita no solo cierta independencia económica, sino que las ayude en lo psicológico. Están muy agradecidas por estar aquí, pero como jóvenes, necesitan devolver a la sociedad su compromiso, un trabajo temporal. Por todo esto, necesitamos ayuda directa y asesoramiento”.
“No dejamos de ser una familia con recursos limitados y aunque nunca vamos a dejar a las chicas desatendidas, necesitamos ayuda”, reseña Juan Antonio para insistir en la idea principal… “no es caridad, es dignidad lo que pedimos para ellas”.