Volodímir se emociona al salir del refugio en el que vive como puede desde que comenzó la guerra, hace más de tres meses. Es de los pocos que queda en Tsyrkuny, una aldea cercana a la ciudad ucraniana de Járkov, donde decidió quedarse pese a que pudo ser evacuado de esta zona poco segura.
Este hombre de 61 años lleva tanto tiempo sin ver a alguien, más allá de alguno de sus pocos vecinos, que le saltan las lágrimas cuando ve gente que acude a esta localidad durante el reparto de ayuda humanitaria de la organización Mova Life, que significa Lenguaje de Vida en una mezcla entre ucraniano e inglés.
En la oscuridad de este sótano, con una tenue luz gracias a una batería de coche, y sobre uno de los sofás que también sirve de cama, relata a varios periodistas lo vivido en estos más de noventa días desde que comenzó la invasión rusa en Ucrania.
LA EMOCIÓN DE VER GENTE
Allí vive con su hijo Olexandr, de 39 años, acompañados de sus gatos y de un montón de cosas, con una escalera que da acceso a la casa, que ni siquiera es la suya, sino de unos vecinos que les dejaron quedarse cuando ellos se fueron.
"Cuando comenzó la guerra, el 24 de febrero, éramos doce aquí", comenta, pero muchos fueron evacuados, apenas se ve a alguien por las calles.
Ahora solo quedan cuatro en la casa, ellos y otros dos vecinos con los que comparte cobijo, preparando la comida en una antigua cocina de gas. "Las familias con niños se fueron", recuerda.
Su hijo es el que cocina para los cuatro, con lo que les da el Ejército ucraniano o alguna organización humanitaria como Mova Life, más algunos vegetales del huerto que rodea la vivienda.
Volodímir confiesa que se ha emocionado al ver gente, distinta a sus compañeros en el refugio, porque no le había pasado desde que empezó la guerra.
Y que sigue teniendo miedo, pues desde que empezó la invasión han estado escuchando explosiones, que siguen ahora a diario con el frente de guerra cerca, en esta zona del este de Ucrania próxima a la frontera con Rusia.
"Fuera no hay nadie", apenas, "ni sabemos mucho de lo que pasa" en el exterior, "así que dónde vamos a ir, es lo que tenemos", lamenta.
Aunque tuvieron la posibilidad de salir cuando hubo un corredor humanitario, prefirieron quedarse a "tener que vivir en el metro" como mucha gente en Járkov.
AL MENOS LOS RUSOS NO ENTRARON
Vieron a tropas rusas moverse en vehículos por el pueblo, pero al menos en su casa no entraron. El hijo dice que ojalá acabe ya esta "maldita" guerra y puedan reparar su vivienda, pues hay ventanas rotas y algún agujero en el tejado.
Su padre tiene problemas de salud, después de haber sufrido dos derrames cerebrales, aunque al menos puede recurrir a una doctora en Tsyrkuny.
Olexandr dice que nunca ha hablado con un ruso, pero duda que se llevaran bien con los ucranianos antes de la guerra, mientras su padre cree que sí había buena relación.
Tampoco tiene respuesta para describir lo que está pasando, el porqué de esta guerra, señala.
Un militar avisa que hay que salir ya, porque la zona no es segura, ya que la aldea fue liberada pero el frente de guerra está cerca.
"Aquí vive gente", se lee en los muros de algunas casas, para que se sepa que solo se refugian civiles.
En la carretera que lleva a Járkov quedan vehículos abandonados y muros en los que se ve pintada la letra zeta, convertida en uno de sus símbolos por los rusos al comienzo de la guerra.
El cartel con el nombre de Tsyrkuny a la entrada del pueblo tiene varias letras rotas y los pocos vehículos que circulan van a buena velocidad, frenando solo en los controles de los militares ucranianos, entre restos de proyectiles que aún asoman tras impactar en el asfalto.
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Vecinos de aldeas ucranianas resisten más de 3 meses solos en refugios
Volodímir se emociona al salir del refugio en el que vive como puede desde que comenzó la guerra, hace más de tres meses
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