Fernando pertenecía a una generación del barrio de Santiago marcada por la vida en la calle, por las relaciones humanas. Posiblemente, era miembro de un pelotón del compás singular que ni antes ni después existió. Habrá factores que expliquen el porqué de ello, seguramente habría que incidir en aspectos socioculturales, incluso económicos, aunque formaría parte de un análisis mucho más profundo y detallado. Unos códigos que definen una época.
Lo que sí es cierto es que como Fernando de la Morena ni lo hubo ni lo habrá. Ese soniquete tenía sello propio, derecho de autor. Quizá para muchos el flamenco se traduzca en la tragedia de una seguiriya, pero no habría que pasar por alto el aspecto festivo de la juerga y la reunión, donde Fernando Carrasco Vargas adquiría la consideración de Alteza Real. ¿Cuántas satisfacciones no habrán generado alguna de sus múltiples bulerías repartidas por el mundo entero?
Se cumplen tres años sin su persona, fallecía un 5 de junio de 2019, casi finalizando un miércoles en el que la Hermandad del Rocío de Jerez caminaba por el coto en busca de la Virgen. Fue un duro golpe para todos los aficionados del mundo flamenco, sobre todo para aquellos que lo conocieron en las distancias cortas porque también era especial en su palique, con unas expresiones tan propias que incluso han quedado en la memoria colectiva, como aquello de: “viva Jerez y sus derivados”, “esto es molto complicado en la Palma del Condado”, “la barriada del pellizco (refiriéndose a la emoción en el cante) está en proceso de construcción”… etc.
Nació en la calle Cantarería, donde queda ese número 10 casi intacto donde vivió con su mare Manuela y otros familiares como su primo Pepe y Curro de Joaquina, que estuvieron hasta el final junto a él, o su prima (Se)Bastiana que todavía reina en la casa.
Fernando se fue con 74 años y con muchas amistades alrededor. Hasta sus últimos meses, antes de caer en la peor etapa de su enfermedad, frecuentaba las peñas flamencas como la de Luis de la Pica, Chacón o La Bulería, siempre con el mejor de los espíritus y recibiendo gratamente el cariño del público que lo seguía.
Su biografía pasa por las labores del campo en su niñez y juventud, pasando a tener un taxi, ser repartidor del Bimbo, hasta queMoraíto y algunos más hicieron de él una figura indispensable de los cuadros de Jerez. Tal fue así que, sin pretenderlo, quizá, murió siendo figura. Estuvo también junto a Juan Peña ‘El Lebrijano’, acompañándolo a las palmas y con su voz. Nadie olvidará sus “papas aliñás”, la “mare abadesa”, “tú tienes un amor para mí” y otras tantos éxitos del galán santiaguero. La XLIII edición de la Fiesta de la Bulería fue especial, la del año 2010, pues dedicó su comparecencia en el 95% al estilo “por antonomasia” del festival, o como él mismo dijo: “bulerías por siete tubos”. El público lo acompañaba con sus palmas durante la más de media hora consecutiva, letra a letra.
Con su discografía bailaron todas las academias de baile del mundo. Decía Mateo Soleá el otro día en una conversación que “sonaban sus bulerías en todas las escuelas, en Japón fue una locura y por eso donde iba a cantar tenía a tanta gente esperándolo”.
De hecho llegó a viajar hasta el país nipón, en 2015, plantando bandera jerezana para los restos junto a la guitarra de Domingo Rubichi y las palmas de Ali de la Tota. Buena comida, buenas reuniones y un alma constantemente rejuvenecida. Así era este gurú de las relaciones humanas. En 2018 fue uno de los protagonistas de la Fiesta de la Bulería de Jerez dedicada a Japón, encumbrando la noche con el cante al veterano bailaor ShojiKojima a modo de fin de fiesta.
Como se apuntaba al principio, recordamos a Fernando por el tercer aniversario de su muerte porque Jerez perdió a uno de sus últimos bastiones del compás. Santiago es menos Santiago sin él y sin su elegante figura de caballero de orden. Cuando su hijo Juan hace alguna letra nos viene a la memoria esa capacidad de hacer sonar a ritmo hasta el trabalenguas más extravagante.
Esa personalidad, la que tuvo también su hermano Curro, José Vargas ‘El Mono’, Manuel Moneo, Juan Moneo ‘El Torta’ o Luis de la Pica, fue fruto de la experiencia, de escuchar a tantos mayores y de no dejarse influir por escuelas de cantes marcadas por la ortodoxia, sino más bien por el sonido del amanecer. Las mocitas de las fiestas bailaban todas a las inconfundibles y nunca limitadas letras de Fernando, que se llevó una gran parte de la armonía y del paisaje de su tierra.