“Ya están aquí para cubrir el expediente / los presidentes de la desesperación. / Ya están aquí, con el cuchillo entre los dientes. / Tenía que decírtelo”. Quique González
Cuando el Gobierno de Felipe González convocó un referéndum para respaldar la entrada de España en la OTAN ya habían transcurrido cuatro años desde nuestra incorporación a la Alianza Atlántica, promovida entonces por el ejecutivo de la UCD. El PSOE se posicionó en contra en el 82, pero en 1986, en uno de los primeros signos evidentes del pragmatismo que marcó el leit-motiv de los años de gobierno socialista, respaldó el sí estableciendo una serie de condiciones en virtud de la tensa situación mundial entre los dos grandes bloques geopolíticos.
Cuando llegó el momento de acudir a las urnas apenas habían pasado once años de la muerte de Franco, nuestra Constitución aún no tenía edad ni para hacer la Comunión, la “guerra de las galaxias” ya no era una película, sino una estrategia de Reagan para incrementar el gasto en armas nucleares, las chapas con el símbolo de la paz se habían revalorizado ante el temor a otro Hiroshima, y, ¡ah!, se me olvidaba, Rocky acababa de ganar por k.o. a Iván Drago al ritmo de Eye of the tiger.
Yo tenía entonces 13 años, y una mañana de sábado fuimos de público a la radio. Debía llover a cántaros, porque entró en el estudio un montón de gente con los chubasqueros empapados acompañando al señor al que iban a entrevistar. Ese señor era Julio Anguita, venía a defender el no a la OTAN y hablaba tan claro que hasta un grupo de escolares podía entender lo que defendía y darle la razón, pese a que, si le hubiésemos preguntado, se encontraría entre los que, posiblemente, quisieran que Drago le ganase el combate a Balboa.
Cuando fue a salir del estudio nos dio una chapa con el lema de aquella campaña: Vota Otan No, que aprovechaba las siglas de la alianza para colocarle por delante una V y por detrás una O, en rojo, de manera que se leía “VOTANO”. Un visionario el del diseño.
Todos salimos con la chapita enganchada al jersey y después la incrusté en la carpeta con la que iba al colegio. Cuando mi padre la vio me preguntó si me había interesado por los motivos por los que había que votar sí antes de decantarme por hacer campaña por un no que parecía responder más al imaginario contra la guerra de Vietnam que contra la crítica situación internacional que se vivía en ese momento y en la que España necesitaba ver reforzado su papel dentro del bando occidental -¿el de los “buenos”?: el de Rocky, seguro-.
Al día siguiente fui sin la chapa al colegio en lo que parecía un primer ejercicio de madurez, aunque obedecía más a lo que ahora llamamos “sentido de estado”. Días después ganó el sí, aunque sin arrasar, y lo demás ya es historia.
36 años después de aquel referéndum, y coincidiendo con los 40 de nuestra entrada en la OTAN, los altos mandatarios de los países que la integran se han reunido en Madrid para definir un nuevo concepto estratégico frente a la amenaza de Rusia, el desafío de China, el temor a los ataques híbridos y la efervescencia en el flanco sur, cantera del terrorismo yihadista.
No se apuren, en el fondo, estaban hablando de dinero. Porque, como cuando Josep Pla vio por primera vez el sky line de Nueva York por la noche, solo cabe una pregunta: “Y todo esto, ¿quién lo paga?”. Comprometerse a mandar más dinero y armamento a Ucrania, es lo mismo que decir más dinero y más dinero, mientras a los dueños de las empresas armamentísticas se les transforman las pupilas en símbolos de dólar, como le pasaba al tío Gilito.
En realidad, no queda otra. Es por nuestra defensa. Es sentido de estado. En Rota y El Puerto es hasta reactivación económica. Otra vez el dinero. El mismo que busca ya un cumplidor Pedro Sánchez, pendiente más de su futura proyección internacional que de la inflación, y consciente de que sus socios de gobierno están a años luz de Julio Anguita, de aquella izquierda que prefería a Iván Drago antes que a Rocky, y que, quiero creerlo, ahora se avergonzaría de Putin.