“¡Buenas y templadas noches! ¡Fantásticas noches!”. El saludo al respetable de Joan Manuel Serrat era toda una premonición de una fiesta que acababa de empezar y que se iba a prolongar más de dos horas en el primero de los dos conciertos del Tío Pepe Festival en el complejo de la Bodega Las Copas de González Byass.
“He venido a despedirme de todos personalmente”, avisaba el cantautor catalán a sus 78 años, después de abrir el esperado espectáculo de su gira de despedida “El vicio de cantar 1965-2022” con Dale que dale. Fue allí en el escenario, con aforo completo, donde “rogó” a sus incondicionales “aparcar la nostalgia” y “dejar de lado la melancolía” porque “partir de ahora lo que tenemos delante es futuro”.
La fiesta de despedida “a lo grande” que montó Serrat tras casi 60 años en la música y que esta noche podrán revivir miles de asistentes a su segundo concierto, seguía con Mi Pueblo, El carrusel del futuro, La mujer que yo quiero, Señora…unos personajes que “no envejecen” después de más de medio siglo. Que se lo digan a Lucía otro de sus grandes éxitos con el que emocionó al público de su generación y otras tantas que lo ha acompañado a lo largo de su carrera.
Grandes títulos a los que se unió No hago otra cosa que pensar en ti y todo un homenaje al poeta Miguel Hernández con Nanas de la Cebolla y Para la libertad, que terminó con el público en pie tras una larga ovación. La misma que él pidió para el dramaturgo “porque recordarlo a plena luz es un deber de España, un deber de amor”. Fue uno de los grandes momentos de la noche.
En su despedida de los escenarios no podía faltar el recuerdo a sus orígenes, a su infancia y especialmente su madre, que “trabajaba como una mula” cuidando de él y de sus hermanos, y a la que dedica Cançó de Bressol.
Entre canción y canción, el cantautor catalán volvía a hacer gala de su sentido del humor para dar un tirón de oreja a la RAE por su “sosa definición” del término canción en sus dos acepciones (pregúntenle a Alexa) y reivindicaba la “emoción” de las composiciones. También hacía el maestro alarde de su generosidad cuando puso el foco en el papel de los arreglistas, con mención especial a Juan Carlos Calderón, y de los instrumentistas antes de dar paso a la presentación de su banda.
Con guitarra en mano, llegaba la hora de los pesos pesados y la fiesta alcanzaba su éxtasis: a las doce menos cuarto de la noche sonaba otro tema mítico: Hoy puede ser un gran día, al que le seguía otro de los momentos más mágicos de la noche que Serrat compartía con la voz angelical de su violinista y corista Úrsula Margós.
“Estamos un poco más fresquitos”, decía un Serrat que se venía arriba para continuar con la fiesta “hasta que el cuerpo aguante”. Y llegaban más regalos: Tu nombre me sabe a yerba, Hoy por ti, mañana por mí y Mediterráneo. Todos volvían a ponerse en pie. El hechizo de Serrat se hacía con Aquellas pequeñas cosas y Cantares, y las palmas por bulerías de sus fans eran respondidas con una pataíta del maestro.
“Quédate aquí, no te vayas”, le suplicaban sus seguidoras, mientras él empezaba a hablar del adiós y reconocía la dificultad de “buscar” una canción para despedirse de Jerez, “la tierra del arte”.
No podía ser de otra manera que con Fiesta, después de regalarnos el sueño de De vez en cuando la vida y declarar su amor por Penélope. El cierre de un concierto cargado de magia se consumaba con La saeta y un “buenas noches” alejado de sentimentalismos y nostalgia, como había pedido expresamente. “Nos volveremos a ver. La vida tiene muchos caminos diferentes”. Y que así sea. Que siga la fiesta.