Escenario singular de múltiples acontecimientos festivos y culturales a lo largo del año, la Plaza de la Independencia es asimismo el marco apropiado donde cada 27 de septiembre conmemora jubiloso el pueblo, en un emotivo y solemne acto presidido por las autoridades, el fausto día de su Independencia municipal. Aquí en la Plaza se asentó el nuevo Ayuntamiento, años después trasladado al actual emplazamiento de El Calvario, donde el moderno y funcional edificio consistorial da vida a esa otra plaza, con toda equidad denominada Plaza de Blas Infante, que protagoniza conmemoraciones oficiales como el Día de Andalucía, además de multitud de eventos, cuales son, entre otros, los animados pregones de la gran Feria de San Miguel, la multitudinaria despedida del Año Viejo y bienvenida del Nuevo y la espectacular concentración de las cabalgatas de Reyes.
En la memorable fecha del 27 de septiembre de 1988, Torremolinos consiguió su anhelada autonomía al segregarse del municipio de Málaga capital, al que estuvo anexionado durante sesenta y cuatro años, desde aquel malhadado 30 de junio de 1924, en que la ineptitud y la ceguera de unos pocos y su cobardía para enfrentarse al futuro, un futuro que ya entonces comenzaba a vislumbrarse con el brillo de mil auroras, condenaron a todo un pueblo al cautiverio. Hasta entonces Torremolinos había sido pueblo independiente durante 123 luengos años, con mayor o menor prosperidad, desde el mismo comienzo del lejano 1801. Ciertamente que en tan extenso periodo habría atravesado la población crisis económicas más severas que la que creía palpar la miope corporación cuyos miembros componían el Concejo en aquellos primeros años veinte e incluso los que lo componían en las dos décadas anteriores; mas es evidente que de todas las penurias salieron airosos nuestros audaces paisanos del siglo XIX, sin necesidad alguna de vender el pueblo al mejor postor.
La Independencia de Torremolinos -la segunda independencia- supuso un titánico esfuerzo popular, muy superior al que en principio se estimaba. Hubo de prolongarse durante nueve interminables años debido a los casi infranqueables obstáculos administrativos que el Consistorio de Málaga ponía constantemente en el camino de todo un pueblo, el más próspero de los pueblos costeros, la mina de oro del turismo, que pedía tan solo su justa emancipación, volver a ser pueblo independiente, como antaño lo fue, con su propio Ayuntamiento, como otrora lo tuvo. A fin de lograr la ansiada Independencia y consolidarla una vez obtenida, fue creada la Junta Pro-Autonomía de Torremolinos, órgano motor sin el cual difícilmente hubiera podido conseguirse aquélla. Formada por un selecto grupo de hombres y mujeres valientes, la Junta Pro-Autonomía de Torremolinos, bajo la presidencia de su principal impulsor y cofundador, Pedro Fernández Montes, aunó y encauzó el entusiasmo y el esfuerzo de todo el pueblo en la consecución del noble objetivo autonómico.
La Independencia de Torremolinos es el fruto del gran árbol del pueblo, arraigado con firmeza en la tierra de la libertad. Pétreo homenaje a ese árbol soberano es el obelisco que se alza en la Plaza muy apropiadamente llamada de la Independencia. Sí, puede que sea un pequeño monolito, pero la grandeza de un hecho histórico o de una heroica gesta no se mide por el tamaño del objeto que lo conmemora sino por lo que está en el corazón y el pensamiento de quienes juntos celebran la gloriosa efeméride. Nuestro obelisco no es más que un diminuto pero sincero y expresivo símbolo. ¿Es que existen suficientes materiales para levantar el gigantesco monumento que merece la Independencia de Torremolinos? ¡Su grandeza alcanzaría los mismísimos cielos!