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Martes 12/11/2024
 
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El Puerto

Ganar la partida al cáncer de mama: la lección de vida de Nani

“Si mi historia ayuda a alguien, estoy dispuesta a contarla”, añade la portuense de 53 años

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  • Ana María Atienza González, enferma de cáncer de mama. -

El cáncer ha perseguido a su familia desde que tiene uso de razón. Primero fue su abuela, después su padre, más tarde su madre y  su tía... Ahora, le ha tocado a ella. “Sí, lo tenía muy presente en mi vida pero nunca pensé que me tocaría”, explica

A sus 53 años,  Ana María Atienza González -natural de El Puerto- no se considera una superheroína “ni mucho menos” pese a todo lo que le ha tocado vivir. “Los auténticos héroes son los sanitarios y las personas que trabajan en las asociaciones contra el cáncer, no yo”, sentencia. Aunque lo cierto es que para los suyos, en casa, sí que lo es y sino que le pregunten a sus dos hijos o alguno de sus nietos. Para ella, “el auténtico impulso para seguir ”.

Y es que el cáncer de mama, no es de color de rosa, por mucho que su lazo sí lo sea.

“Es muy duro, no voy a mentir, pero  se puede salir”, insiste. Atienza es todo un ejemplo de lucha, valentía y superación. Aunque no siempre ha estado entera: “he llorado mucho pero nunca me he rendido, la actitud es el mejor aliado en la lucha contra el cáncer”.

Una pelea en la que aún sigue: “El camino es duro, hay que luchar y ahí estamos”. Hace solo cuatro meses se sometió a una doble mastectomía. Los médicos le aconsejaron la operación ante el alto riesgo de recurrencia que existía. Antes, le extirparon los ovarios y las trompas.

“Me salió como medio huevo en la axila derecha. Era tan grande que pensé que era un bulto de grasa. Un día se lo mostré a mi ángel de la guarda, Isabel Manzano (auxiliar de enfermería en el centro de salud Pinillo Chico y una gran amiga), y no le gustó nada. Me derivó al médico y efectivamente era maligno. Cáncer con metástasis”. Una noticia que recibió su marido, mediante carta. Desde entonces, no le ha soltado la mano ni un solo instante.

A la espera de ponerse las prótesis mamarias, una vez que se cumplan los seis meses de rigor,  nos habla del síndrome del miembro fantasma: “al principio sí que lo sentía. Notaba como si tuviera frío en el pezón”.  Pezón que ha decidido tatuarse llegado el momento. “Queda a la vista igual. Hay tatuadores que lo hacen gratis, de forma altruista”, nos cuenta.

Para ella, tampoco fue fácil mirarse al espejo tras la última operación. “No quieres mirar, más si eres presumida como yo, pero al final te acostumbras. Tienes que aceptar que antes tenías el pecho de una forma y ahora de otra”, narra tras insistir en la gran ayuda que ha supuesto para ella  acudir al psicólogo.  “Hay momentos como cuando tienes que raparte la cabeza o contar la noticia de tu enfermedad, que son realmente difíciles. No por ti, sino por los que te rodean.  En mi caso, fue mi hijo el que me ayudó. Aún tengo grabada su mirada”.  

“El proceso no es fácil, cuando te extirpan el pecho, te ponen una especie de válvula llamada expansor que luego rellenan con suero”. Un método doloroso, según nos narra, “para dar de nuevo forma al pecho”. Dolor que se le pasa cuando está cerca de sus amigos y de su familia, sobre todo de su nieto. “Uno de los momentos más especiales que he vivido, es obra de él. Cuando estaba en pleno bajón de quimio, con vómitos. Fue verle entrar por la puerta y sentirme mucho mejor”, relata . “Apoyarse en los tuyos es importante, eso y mantener la positividad. Llevar una alimentación sana, yo acabé aborreciendo la remolacha roja (risas). Cualquier cosa era buena para paliar ese sabor a tornillo del que todavía no he conseguido desprenderme”.

Cuando le preguntamos qué palabras se le pasan por la cabeza al mencionar esta enfermedad, nos habla de miedo y de incertidumbre pero también de esperanza y positividad. Dos cosas que no le han faltado a la hora de recorrer este camino, que a veces se ha hecho bastante cuesta arriba, y otras más liviano gracias  “a Toñi,la presidenta de Sede Humanitaria del Cáncer”- donde acude a darse masajes-,  “a Pilar y su sonrisa”; además del trabajo tan necesario de sus dos fisios Esther y Ángela; “capaces de bailarte hasta una sevillana en tus peores momentos con tal de animar tu estado de ánimo”.

Un túnel, que le pilló en medio de la pandemia, en el que empieza a ver la luz. “Se puede conseguir, yo soy la prueba”.

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