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Notas de un lector

La tierra de diamantes

El poeta chileno Fernando García Moggia ha escrito un poemario de aliento fluido y amplia forma en donde la textura lírica sostiene un núcleo pleno de humanidad

Publicado: 12/12/2022 ·
12:48
· Actualizado: 12/12/2022 · 12:48
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Con su primer poemario, “Cuídate del agua mansa” (Rialp. Col. Adonáis), obtuvo Fernando García Moggia el premio “Alegría” 2022.

Nacido en Viña del Mar en 1990 y afincado en Barcelona desde hace cuatro años, el poeta chileno ha escrito un poemario de aliento fluido y amplia forma en donde la textura lírica sostiene un núcleo pleno de humanidad. Alma y pensamiento se aúnan a la hora de dejar constancia de un universo compartido, sitiado por una candente intimidad, ora dichosa, ora turbadora.

Sabedor de que “no hay paraíso en el paraíso pintado”, García Moggia cartografía despaciosamente una realidad heredada que imanta su decir y completa la alianza con su acontecer: “Para hacer propia una casa se necesita/ lápices, cuadernos, un plano no cuadriculado,/ una mesa y una lámpara tipo espiga que arroje cálida luz vertical/ una pequeña ventana donde muro y cielo se combinen”.

Y así, con el afán de preservar lo que antaño fuera crepúsculo, de convertir en duración cuanto albergase luz, el sujeto lírico va deshojando pedazos de un ayer donde la vida fue ventura y fue quimera: “Yo recuerdo una voz que anunciaba una lluvia de piedras,/ el golpe sonoro contra los techos, el baile con los primos/ encapuchados en la plaza,/ mis manos cubiertas/ de una nieve inaudita, demasiado cerca del mar”.

Dividido en cuatro apartados, “Escenas cautivas”, “Nuevo mundo”, Caja de sombras” y “Piedras de fondo”, el volumen recorre la vulnerabilidad del ser, el iniciático camino hacia una supervivencia, la capacidad para reconstruir desde los adentros las huellas de la libertad, los gestos que posibiliten palpar la materia perdida. Y, entre todo ese bordón de anhelos, de preocupaciones, de enigmas, corre el agua sanadora, el agua cómplice, el agua solidaria y constante, capaz de aglutinar en su corriente el principio y el fin de la existencia: “Rompe en esta ola la memoria/ tuya, mía, el mar ausente/ en esta ola que no es ola/ en este mar que es mar dormido/ agua mansa, estela de veleros (…) Rompe en el azul y son de plata/ como una moneda intercambiable,/ ni mía, ni tuya, ni nuestra/ de ellos, mar, tú mismo ¿tuyo?”.

Todo cuanto García Moggiarelata y revive en estas páginas tiene, a su vez, un renovado significante, un preciso imaginario por donde circulan protagonistas que son también sombra y sueño de aquello que queda por vivir. Porque también estos versos hablan del mañana, de la mudanza de ser uno y múltiple en el empeño por alcanzar una otredad visible, cuasi balsámica. Tal vez, por eso, la simbología de la piedra se hace en la última parte del poemario presencia prominente. En ella y desde ella, pareciera intuirse la finitud, mas también una aspiración paciente que subyace en “el fondo/ de lo que habito” y que atesora en su “grito contenido” la derrota y la paz.

En suma, un libro vertebrado con inteligencia y corazón, que asume en su versatilidad semántica la verdad de un espacio complejo, si sugerente en su dictado versal, en su cálida palabra: “escalar, escalar, conquistar la cumbre/ contemplar, al fin, la incógnita/ el alimento y el lujo sin retorno/ la tierra de diamantes”.

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