Federico Rubio Galí nació en El Puerto de Santa María, pero siendo niño se trasladó a Jerez, donde creció bajo el cuidado de unos familiares. Ya en su juventud vivió en Cádiz, donde estudió Medicina, para establecerse posteriormente en Sevilla, donde se convirtió en una de sus figuras más respetadas a partir del ejercicio de su trabajo como cirujano. De hecho, se le considera “el príncipe de la cirugía española en el siglo XIX”. Pero, a la par que un excelente galeno, también sería reconocido como un humanista y pensador que participó activamente en política defendiendo ideas liberales. Su nombre y su figura acaban de resucitar gracias a la ficción como protagonista de 1854: El método Marsh (Ediciones Labnar), primera novela del escritor Antonio Domínguez Muñoz, que ha apostado para su debut por la novela negra con contexto histórico.
La trama de 1854: El método Marsh arranca el Lunes Santo de 1854. El cadáver de un desconocido aparece apuñalado en la famosa calle Sierpes sin pertenencias ni documentación. Cuando el Inspector Jefe del Cuerpo de Vigilancia le encarga al joven e inexperto policía Benito Carrasco que averigüe la identidad del cadáver, no puede imaginar que esta investigación, aparentemente rutinaria, llevará a sus protagonistas a descubrir una conspiración en la que están involucrados ilustres personajes de la política y la burguesía.
En su búsqueda de la verdad, el agente Carrasco conoce a un joven cirujano, Federico Rubio, y ambos formarán una extraña pareja que, por un inesperado giro de los acontecimientos, se verá forzada a cooperar en la resolución del crimen. En su investigación, Rubio y Carrasco transitarán entre los bajos fondos y las altas esferas de una sociedad en la que la corrupción, la falta de escrúpulos y la violencia se ponen al servicio de los intereses de los más fuertes. Mientras, la ciudad se prepara para la celebración del Santo Entierro Grande, cuyo montaje acompaña el desarrollo de las pesquisas de la pareja protagonista, que deberá completar un “singular viacrucis en el que la vileza y la crueldad humanas pondrán a prueba sus ideales sobre la familia, la amistad y la lealtad”, como apunta la propia editorial en la promoción de la novela.
Según el autor de la obra, “prevalece la acción, la trama y la descripción del alma de una época en la que España vivió vaivenes sociales y políticos que ayudaron a configurar lo que actualmente es nuestro país”, pero que “debe ser encuadrada en el género de la novela negra bajo un contexto histórico que lo impregna todo”. De hecho, junto a Federico Rubio, por sus páginas desfilan otros personajes relevantes de la época, como el Duque de Montpensier, Joaquín Guichot, la bailaora gaditana Pepa Vargas o el jerezano Ramón de Cala y Barea.
En este sentido, el crimen que da origen al desarrollo de la novela no existió en realidad, pero sí buena parte de los personajes, de los acontecimientos y del contexto sociopolítico que los envuelven. “El crimen no existió pero el 80% de personajes son reales y se narran tal como transcurrieron -explica Domínguez-. El Santo Entierro, el orden de las hermandades, el duque de Montpensier, el cuerpo de vigilancia que estaba recién creado... aparecen como reflejo de lo que sucedió en aquel momento, como las tensiones vividas entonces entre los latifundistas y los burgueses de Sevilla, la llegada de Montpensier para establecer la corte de Isabel II, pero que en realidad utiliza de excusa para empezar a hacerse con terrenos y utilizar sus influencias con menoscabo para la burguesía local que se le rebela. Todo eso lo encardino como una conjura dentro de la novela”.
Pero, obviamente, de entre todos los personajes, el que provoca la propia novela, Federico Rubio, fue el primero que empujó a Domínguez a lanzarse sobre las páginas en blanco. “Había descubierto a Rubio a través de una autobiografía suya, Mis maestros y yo, prorrogada por Manuela Carmena, en la que cuenta su vida desde su infancia hasta su llegada a Sevilla. Cuenta las penalidades que sufrió de niño. Ahí aparecen algunos personajes de la novela, como Petit, un manco que se bate con él en esgrima en San Felipe Neri. Era maestro de esgrima. De ahí me surgió la idea de que ese personaje apareciera muerto al inicio de la novela y que reclamaran que acudiera para reconocerlo. Rubio fue un personaje fundamental en la cirugía y la política. Fue secretario del Partido Republicano de Pi y Margall, senador, embajador en Londres. Fue todo un humanista y me fascinó el personaje para incorporarlo a la novela”.
Hasta este trabajo, Antonio Domínguez había escrito relato corto y poesía, pero nunca había tenido tiempo para enfrentarse a una novela, pero llegó la pandemia y encontró la ocasión apropiada para empezar a escribirla. “Me paré a reflexionar sobre el argumento y pensé sobre todo en el siglo XIX, porque es un momento histórico que siempre me ha llamado la atención, con el hito de las Cortes de Cádiz, el paso de Fernando VII al reinado convulso de Isabel II, la dicotomía entre liberalismo y absolutismo. Es además un época muy maltratada y olvidada, por lo que decidí ambientarlo ahí y en la ciudad de Sevilla, para abordar las miserias de una sociedad en la que era muy difícil subir en la escala social, y en la que enfrento a la alta burguesía y la nobleza con los bajos fondos de Triana, unido al nacimiento del flamenco como difusión de cara a la calle, convertido ya en un arte”.
Con un enorme base histórica
Antonio Domínguez es natural de Lebrija, donde ejerce como periodista y empresario. Su gran vínculo con la ciudad de Sevilla se remonta especialmente a sus años como universitario, ya que allí estudió la carrera de Filosofía y fue allí donde se forjó su gran pasión por la Historia.
“Conseguí ser socio investigador de la Biblioteca Capitular y allí me empapé de manuscritos sobre la intrahistoria de Devilla, que es de por sí una crónica no difundida de la Sevilla que va de los siglos XVI al XIX”.