La respuesta del Vaticano ayer, sábado, a la carta enviada por Mixa el 21 de abril poniendo sus cargos a disposición del Papa tras admitir los malos tratos, activaron lo que la Conferencia Episcopal y la diócesis de Augsburgo calificaron ayer de “nuevo comienzo”.
“Lo ocurrido en los últimos tiempos en Augsburgo y en el conjunto de la Iglesia católica alemana es muy grave, como lo es la pérdida de credibilidad derivada de ello”, afirmó el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Robert Zollitsch, tras conocerse la decisión del Vaticano.
El objetivo ahora es acelerar la “renovación” interna de esa diócesis de Augsburgo, que hace apenas unos días tramitó la denuncia ante la fiscalía de Ingolstadt contra Mixa por sospecha de abusos sexuales a un muchacho, en sus tiempos de obispo en la asimismo diócesis bávara de Eichstätt, cargo que ejerció entre 1996 y 2005.
El caso trascendió este viernes por un diario local, pero era conocido por las autoridades eclesiásticas, según medios alemanes, y precipitó días atrás la visita a Roma de Zollitsch junto al obispo de Múnich, Reinhard Marx, para abordar la cuestión con el Papa.
Mixa, quien tras semanas negando las acusaciones de malos tratos acabó admitiéndolos y enviando su renuncia al Papa, negó ahora, a través de su abogado, toda implicación en un caso de pederastia. De levantar la fiscalía acusación formal, Mixa, representante del ala más conservadora y hasta recalcitrante de la Iglesia católica, se convertiría en el primer obispo alemán confrontado con la justicia de su país por presunta pederastia.
El revuelo entorno a Mixa se desató con las primeras acusaciones de haber propinado palizas brutales a menores en un hospicio de Schrobenhausen, de donde fue párroco entre 1975 y 1996.
A estas informaciones siguieron otras, relativas a malversación de fondos de una fundación local y, finalmente, la apertura de sumario por abusos sexuales a un muchacho, en Eichstätt.
El denunciante no es la propia víctima, sino alguien de su entorno. El semanario Der Spiegel informa que en esos tiempos en Eichstätt, el obispo solía invitar a seminaristas a sus estancias privadas. Por entonces se ganó el apodo de Monsi –por “Monsignore”– y en círculos eclesiásticos se le atribuían tendencias homosexuales, según Der Spiegel.