Málaga vive una segunda primavera industrial, ¿qué duda cabe? Firmas de primer nivel del mundo tecnológico están eligiendo la ciudad para ubicar sus sedes y miles de trabajadores de todo el planeta vienen a vivir a la capital de la Costa del Sol, dado que los avances e innovaciones permiten que se pueda teletrabajar prácticamente desde cualquier parte. Si a ello se suma la apuesta por el turismo cultural y la agenda urbana en otras materias tales como el deporte o la innovación social, podría pensarse que indicadores como el paro ya no dependen en exclusiva del turismo y de la construcción. Pero hete aquí que, pese al gran crecimiento de la ciudad en todos estos terrenos, Málaga está perdiendo parte de su alma en ese gran estirón. Hay vecinos que abandonan el Centro Histórico, los precios de la vivienda están imposibles tanto en la modalidad de alquiler como en la de renta libre, y la convivencia con las consecuencias del turismo de masas es complicada, cuando no directamente imposible. Yo no sólo veo las sombras, la verdad, y es cierto que muchas ciudades de corte similar al de Málaga están sufriendo las consecuencias indeseadas de la masiva presencia de turistas y de viviendas turísticas, pero también es cierto que si se miran las luces, si se observan detenidamente, también habría que pararse a pensar que todo crecimiento ha de ser racional y sostenido, con respeto al malagueño y a lo que representa y, tal vez, cuidadoso del respeto a las señas de identidad locales. Que el Centro está mejor que cuando yo caminaba como niño asombrado entre sus calles es un hecho incontrovertible. Y que Paco de la Torre, al igual que lo fue Pedro Aparicio, es un regidor con una visión generacional de Málaga, que la ha situado en vanguardia en muchos campos. Pero urge aplicar esa palabra tan manoseada: sostenibilidad, en todo estos procesos. Sostenible ha de ser el crecimiento turístico y económico, y ello implica una reflexión conjunta como sociedad que sirva para atemperar los excesos que toda primavera tecnológica y urbana implica. Pensar eso no es ser menos malagueño, sino que, más bien al contrario, se demuestra una querencia por la ciudad con el fin de preservarla para futuras generaciones. Es un trabajo que nos compete a todos y que debe ser liderado por cada una de las administraciones y entidades que tienen que decir al respecto, escuchando, por supuesto, al ciudadano. No perdamos el alma.
Fuego amigo
Perder el alma
Pero hete aquí que, pese al gran crecimiento de la ciudad en todos estos terrenos, Málaga está perdiendo parte de su alma en ese gran estirón
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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