En esta tarde calurosa de abril, el viejo salón de actos de la Casa de la Juventud se ha llenado, y no precisamente de jóvenes. De hecho, la edad media del público presente bien podría frisar los sesenta, la mayoría señoras. Clara mayoría femenina en cualquier caso. La verdad que da un poco de pena ver tan pocos hombres, pero hay que suponer que tendrán cosas mejores que hacer. En cualquier caso, las aquí presentes se han congregado para asistir a una de las actividades encuadradas dentro de la Semana Cultural que el Centro de Educación Permanente “Arcipreste de Hita” celebra con motivo del Día del Libro. En esta ocasión, es el grupo de teatro de la Comisión de Planes y Proyectos del centro el encargado de interpretar una obra tan clásica como divertida: “Las bodas de Camacho”. En este entusiasta grupo, según relata la directora del Ceper, Carmina Montoya, tienen cabida desde maestros jubilados hasta profesores actuales del centro, pasando por alumnos y voluntarios.
Esta pieza breve y festiva no es sino un episodio que aparece en le Segunda Parte del Quijote. Su trama es simple. El rico labrador Camacho prepara su casamiento con la bella Quiteria, pero esta, en realidad, está enamorada de otro, un campesino sin oficio ni beneficio llamado Basilio. La pieza, que ha pasado desde el siglo XVII a formar parte del imaginario popular, se ha convertido también en sinónimo de banquete pantagruélico.
Sazonado todo de una forma sencilla e irónica, los personajes van subiendo pronto a las tablas del escenario, decorado para la ocasión con un representativo molino de La Mancha. El hidalgo y su escudero, el hacendado Camacho, la hermosa Quiteria y hasta el calavera de Basilio desfilan ante el divertimento del respetable, que pronto se congracia con los actores aficionados. No faltan los aplausos y los vítores al final de la representación.
Este tan bien avenido grupo de teatro del Ceper nos demuestra que el amor por el arte escénico no tiene edad, y que tampoco son necesarias grandes dotes actorales ni virtuosismo para meterse en la piel de los personajes de nuestro Siglo de Oro y hacernos partícipes de su magia. Solo hay palabras en encomio y admiración por ellos, por la pasión, energía e ilusión que ponen sobre las tablas. Larga vida al teatro.