En 1983 el panorama general de la sociedad no era muy diferente al actual. La palabra guerra (esa que tanto nos resistimos a eliminar de nuestras vidas) también se escuchaba con bastante frecuencia. Estados Unidos con la Unión Soviética, Rusia con Afganistán o Irán con Iraq, se empeñaban en demostrar que la racionalidad del ser humano parecía simplemente una leyenda urbana.
Atentados, accidentes, inundaciones y pruebas atómicas convertían cada día en un ejercicio de supervivencia. En medio de todo este caos, a la Pachanga se le ocurre la idea de organizar un torneo de dominó. La ocurrencia no resulta tan disparatada y, durante varias semanas, decenas de hombres llenan el local enfrentándose entre ellos con unas fichas blancas y negras como únicas armas. Todos quieren ganar, como es lógico, pero el objetivo principal es evadirse del frenesí y la locura que reinan en el mundo. Si además de eso, se consigue ahorcar el seis doble alguna que otra vez, la noche habrá resultado más que fructífera.
Cuarenta años después, ese campeonato está más vivo que nunca ya que, para los cada vez más numerosos aficionados a este juego de mesa, el mes de noviembre siempre viene con una cita obligada con las veintiocho fichas que forman el dominó.
La Pachanga se ha convertido, por méritos propios, en el Wembley barbateño de este juego, hasta el punto de que, para mucha gente, es un ritual obligado reunirse allí en las noches del penúltimo mes del año.
La entrada a la peña ya se convierte en mágica cuando, al traspasar la puerta, te encuentras de frente con una camiseta firmada y dedicada por el mejor deportista barbateño de la historia, ya que no creo que se pueda igualar el aval de haber sido elegido, en un deporte tan exigente como el balonmano playa, como el mejor jugador del mundo.
Pero para que todo mecanismo funcione, es necesario un motor. En la Pachanga, este motor está detrás de la barra y se llama Fernando, aunque todos lo conocemos como Yiyi. En lo que al torneo se refiere, Yiyi se encarga de la metódica organización del mismo, habiéndose convertido en un elemento casi tan importante como las propias fichas del juego.
Pero Yiyi no es solo fundamental en ese tema, porque también cumple a la perfección la función del camarero con genuina psicología que, además de atenderte de maravilla, sabe como sacar una sonrisa con cualquiera de sus ingeniosos comentarios.
Llevo mucho tiempo fuera del pueblo, y siempre he intentado acudir puntualmente a una serie de citas, para mí, ineludibles. Navidades, carnavales, los caracoles de mayo o las vacaciones de verano siempre fueron prioritarias. Desde hace unos años, a estos compromisos se ha unido la escapadita de noviembre para disfrutar del dominó y de las maravillosas tapas que prepara Yiyi en la Pachanga.
Prueben la tachuela, no se arrepentirán.