Los plenos del Ayuntamiento de Cádiz nunca decepcionan. En este de febrero, apenas hubo que esperar diez minutos, los que tardaron los grupos en despachar hasta 7 puntos de la parte resolutiva (entre ellos la cuenta general de los ejercicios 2021 o 2022 o la reducción del periodo medio de pago a proveedores a 25,61 días en diciembre) sin que hubiera intervenciones.
A partir de ahí, la fiesta. Las mociones del PP sobre las reivindicaciones de agricultores, ganaderos y sector pesquero o la necesaria declaración de zona de especial singularidad de la provincia para hacer frente al narco ofreció el clásico espectáculo del pimpapum político habitual en los casos en los que debates ya reproducidos en Parlamento, Congreso y Senado se viven con pasión pero con menos profundidad. Un poco como si entablaras una discusión con un compadre acodado en la barra de un bar.
La sesión tuvo más vidilla en su ecuador, especialmente cuando Óscar Torres advirtió del riesgo de la risa con la que los concejales del PP y el propio alcalde, Bruno García, respondían a los turnos de palabra de la oposición. El salón se convirtió, de repente, en la abadía benedictina situada en las remotas montañas del norte de Italia donde Umberto Eco ubicó la trama de El nombre de la rosa.
El primer edil se excusó primero, le quitó hierro al asunto después y finalmente, como Guillermo de Baskerville, reflexionó sobre ironía y el cinismo. Básicamente, Bruno García quiso decir que si la oposición miente, él se ríe y no pasa nada.
Óscar Torres respondió con un arranque atípico en su discurso moderado, sentenciando de forma castiza pero con el tono de Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego de la novela, que “una cosa es reírse y otra cosa es descojonarse”.
A partir de ahí, todo mal, pese a que las mociones eran aprobadas, una tras otra, por unanimidad.
La cuestión es llevarse regular. Todos hablan de tender puentes pero ningún partido se encuentra en el mismo punto. El PP, a un lado, recuerda que tiene mayoría absoluta y que no se mueve; Adelante, al otro, insistiendo en que sí, que está muy bien hablar, pero que tampoco se menea; y el PSOE, a la mitad, lleva a cabo un complejísimo ejercicio de funambulismo que los que entienden de esto llaman política útil. Y todos dan la impresión de que lo que quieren en realidad es volarlos.
La cuestión es que, entre tanto ruido, nadie se ha enterado de lo que interesa sobre el puente por el que circulan más de 12.000 vehículos diarios, el Puente Carranza, donde se van a efectuar obras de emergencia por valor de 3 millones que obligarán a cortar el tráfico, porque nadie sabe cuándo ni durante cuánto tiempo se efectuarán las interruociones.
La recta final del Pleno fue menos intensa. Sin embargo, cuando los funcionarios abandonaron el salón y tocó el turno de palabra ciudadana, un abogado advirtió de los riesgos de la Agenda 2030 y pidió que miráramos al cielo porque los chemstrails nos están matando.
Era imposible, tras como transcurrió todo, tener la misma sensación que el detective de El nombre de la rosa: no había asistido a un Pleno, sino al principio del Apocalipsis.