Es difícil constatar que la decadencia se aposenta en la vida de uno, así que imagínense hacerlo cuando esta amordaza a toda una sociedad. El decadentismo es un movimiento muy ligado al dandismo y, en cierta forma, una reivindicación de otra forma de estar y existir, más liviana y despreocupada, que celebra el fluir de los días sin exaltación o pena excesivas, y que se personaliza en determinados seres a quienes vemos, como mínimo, con curiosidad. Pero en otras ocasiones la decadencia es peligrosa, mala consejera, una puerta que se abre a un mundo en el que las consecuencias de nuestras acciones son impredecibles. ¿Qué puede estar hoy en decadencia? Tal vez la democracia del 78. Ya decía Javier Cercas que el régimen de libertades es tan frágil como una extraña flor que sólo crece en determinados bosques y hay que protegerlo, incluso, del exceso de celo de los iluminados. Ahora hay varios que portan antorchas en ambos frentes ideológicos: por un lado, quien dice que hay que poner coto a determinadas informaciones de la prensa y trata de atar en corto a los jueces, sin recordar aquello de la separación de poderes y los contrapesos necesarios en una democracia liberal, pese a los excesos (sí, hay bulos y jueces indignos, algunos, pero la opa hostil a la totalidad siempre es excesiva y demasiado deudora de tiempos pasados que acabaron por el precipicio común por el que siempre se despeña este país); por otro, quienes niegan la memoria histórica y quitan los nombres de Paco Rabal y Asunción Balaguer de no sé qué pueblo. Da miedo ver cómo repetimos, miméticamente, los mínimos requisitos imprescindibles para volver a despeñarnos, dinamitando la convivencia y dando voz a censores y meapilas que creen que Twitter, X o como se llame es la representación de la ciudadanía. Decadente fue la transmisión de Eurovisión y el tostón insufrible de los artistas que intervinieron en una gala pasada de rosca y absolutamente politizada. Decadente es ver que los dos principales partidos son incapaces de ponerse de acuerdo en lo mínimo, cuando a izquierda tienen a una formación que pide el voto para los independentistas y a la derecha, a un partido que ha decidido asustar a los niños susurrando soflamas del pasado. Decadente es ver cómo nadie hace nada por regular mínimamente el tema de las viviendas turísticas. Al menos el Málaga empató en el último minuto y se ha clasificado para la promoción de ascenso y el Unicaja ha ganado la fase regular de la ACB. Soñar con metas mayores no es decadente, sino vivificante. Soñemos.
Fuego amigo
Decadencia y sueño
La decadencia es peligrosa, mala consejera, una puerta que se abre a un mundo en el que las consecuencias de nuestras acciones son impredecible
Fuego amigo
En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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