En la mañana del domingo nos levantamos con la noticia del adiós de José Suárez Peña, que nació en el número 8 de la calle Cantarería del jerezano barrio de Santiago, en 1933. Como cualquier niño de la época, trabajó como pudo en el campo y recordaba constantemente momentos impagables con Sordera, Manuel Morao o Terremoto. En el número 6, la casa del Cuchillero, nació la que sería su mujer para toda la vida, Josefa Antúnez, a la que cuidó hasta que pereció hace también unos meses. Él desde que enviudó, fue empeorando en ánimos y en otros achaques hasta que ya hace unos días su estado se agravó notablemente.
El mismo sábado por la mañana pregunté a su yerno cómo estaba, estando tomando yo un café junto a Diego Vargas en el bar La Canilla de Calle Larga, y en pocas palabras me dejó claro de que la cosa estaba bastante grave. Pero a José lo recordaré como lo que fue, un gran gitano cabal, elegante en sus formas, comprometido con su cultura, honesto como el que más y con su familia como bandera.
Fue bombero, aunque antes trabajó como decíamos en el campo y de albañil, pero pudo colocarse y ganarse la vida con su “manguera”, como él decía entre bromas. Pero no tengo por menos que hablar de él como amigo, porque José me brindó su amistad desde que lo conocí siendo yo un chinorri en el bar de calle Larga ya mencionado al que por entonces acudían otros amigos ya desaparecidos, como Antonio Romero Girón o Paco Franco Pozo, cada medio día para hablar de lo divino y lo humano. José se inspiraba sobre todo cuando se hablaba de toros, porque era un gran aficionado, sobre todo a Rafael de Paula, como no podía ser de otra manera.
También se sumaba cuando se hablaba de personajes ilustres del Jerez de antaño a los que por edad había conocido, además de porque fue un gitano curioso en el mejor aspecto de la palabra. Quería saber y conocer, sabía escuchar y nunca tuvo una mala palabra con nadie. Nunca es nunca. Esa mesa de La Canilla era rica en conversaciones, pues a los ya mencionado habría que sumar la amistad en esa "mesa del arte", como él la llamaba, del Doctor Sergio Sánchez, Paco Ruiz Méndez, Álvaro Argüelles, Diego Vargas y Curro García. Yo era el benjamín, no sé bien cómo me dejaban sentarme, sinceramente. Fuimos a almorzar a la viña de Franco Pozo, hicimos una sopa de tomate, también para celebrar la Navidad en el Casino Nacional, o en la recepción del Caballo de Oro… Era un auténtico lujo verlos intercambiar opiniones sin ofender, con unos valores envidiables. José podía presumir de elegancia cuando se colocaba el sombrero, la guayabera con el pañuelo (por cierto me regaló uno de lunares) o las gafas de sol.
Pero no presumía porque su condición era la de ser humilde, entregado a su gente, a su mujer hasta última hora. Recibió la Medalla al Mérito del Trabajo, siendo el primer gitano no artista en ser reconocido con tan digna distinción, pero no alardeaba nunca de ello. Estuvo cerca del colectivo asociado de los gitanos en Jerez, yendo en alguna ocasión al extranjero a defender tales principios.
He bebido mucho de su sabiduría, de sus consejos, de su palabra, de su respeto al prójimo, de su valor de la amistad. No hay que olvidar su perfil como cronista o entrevistador, pues aunque no se formó especialmente para ello, durante años estuvo publicando artículos en distintos periódicos locales sobre actos de especial calado, como la visita de Lola Flores a Tío José de Paula o alguna que otra entrevista a Rafael de Paula. Como era como era, cabal hasta la médula, todo lo que escribía era para bien, nunca para crear conflicto ni apuntarse el tanto.
Podría escribir mucho más porque han sido muchas las horas que nos hemos llevado con un café o con una buena copa de Río Viejo o Candela, dependía de la temperatura del día. A la una de la tarde nos la bebíamos y pronto salía para su casa para estar con su señora, a la que siempre guardó el amor más puro del mundo.
Descanse en paz, querido amigo.