Lo he verbalizado y es algo, que por lo visto y escuchado, no sólo me ocurre a mí. Es, sin margen para la duda, la situación más estresante que sobrellevo cada semana. Casi la situaría al mismo nivel del fallo de una mochila en pleno directo durante el informativo regional. Me estoy refiriendo, sí, a recoger, colocar y embolsar los productos en caja cuando compro en el supermercado.
Da igual la cadena. No importa. Que se salve quien pueda. He probado en varias y ocurre lo mismo ya que mi relación con los cajeros y cajeras no ha sido la mejor de las posibles. Viene de lejos, pero ahora han puesto una marcha más en su transitoria labor. Mira que me esfuerzo. Me concentro. Sé lo que está a punto de ocurrir, pero nada; siempre acabo tenso y con sudores. ¿Por qué? Porque no es que te muevan los productos o los empujen amablemente a tu ubicación para que puedas introducirlos con delicadeza en la bolsa (yo soy un anticarro), no. Lo que hacen ahora es lanzarlos. Zumba que te zumba los productos impactan contra el guardarraíles de la caja y, posteriormente, unos contra otros. Lo hacen con violencia. Sin misericordia. Y uno, claro, se afana en colocarlos en las bolsas y ¡hablo de las grandes! si tuviera que hacerlo en las de plástico podrían cerrar el establecimiento conmigo y el cajero dentro.
A la presión de los lanzamientos, contra los que por cierto tengo mis propias defensas ya que coloco barreras o trincheras en forma de cajas de botellines o paquetes de botellas de agua para amortiguar la fuerza del impacto, se suma la del cliente inquieto. El siguiente. Ése que espera y desespera. Piensa que eres muy torpe y se coloca a escasos centímetros de tu persona para presionar. Ante esta situación, también he desarrollado mi propio escudo. Con un cálculo milimétrico, doy impulso elíptico a la bolsa cargada de productos, me la echo al hombro e impacta levemente contra el ansioso consumidor al que al unísono pido perdón, claro, para que la cosa no vaya a más. Vamos, simulo un accidente que no lo es.
Por todo ello, ruego a las cadenas de supermercados que imiten a las grandes empresas que hacen encuestas sobre el nivel de satisfacción postventa. Vamos, que podamos valorar a los cajeros y cajeras tras estos casos desorbitados de estrés. Por último: un consejo. Si me ven en una de esas colas, huyan. No hay otra con más demora en Eurasia.