Montoya

He de reconocer que no soy muy aficionado a la televisión. A lo sumo, veo algún partido de fútbol, aunque, con tanta sobreexposición, hasta eso me cansa. Quién me iba a decir a mí, que antes me tragaba hasta un Logroñés-Numancia, que llegaría a este punto. También sigo algunas corridas de toros y, últimamente, me he aficionado a los documentales de Netflix y Amazon. Por cierto, si no habéis visto el de la Eurocopa ganada por España en Alemania, hacedlo. Merece la pena.
Y, desde luego, pocos saben que cinco mineros han muerto en Asturias en una mina sin apenas medidas de seguridad Y ahora vamos al grano: Montoya. Para ser sincero, desde el primer Gran Hermano, el que ganó nuestro paisano Ismael, no había vuelto a ver un reality. Pero la avalancha de vídeos, reels y comentarios sobre este personaje me picó la curiosidad. Vi dos o tres programas y, hay que reconocerlo, el “gachó” tiene arte… y muy poca vergüenza. Y eso vende. En cualquier conversación surgía su nombre: que si la carrera por la playa gritando el nombre de su amada, que si la canción de la gambita, que si las peleas con el supuesto amante de su novia.
Pero lo preocupante no es Montoya, sino la decadencia y el pasotismo de este país. Todos saben su vida y milagros al dedillo, pero, en cambio, la mayoría desconoce que, tras la DANA, hay pueblos en Valencia donde aún no funcionan los semáforos, negocios que no han podido reabrir y calles donde el lodo sigue presente, mientras el gobierno central y autonómico miran para otro lado.
Tampoco sabrán que se han vertido a los ríos millones de litros de agua potable por falta de un sistema adecuado de embalses, o que la ministra Montero da lecciones de moral en el caso Dani Alves pero calla sobre Errejón y Monedero. Y, desde luego, pocos saben que cinco mineros han muerto en Asturias en una mina sin apenas medidas de seguridad.
Pan y circo. Estamos volviendo a la Roma de los emperadores.