Sin embargo, a partir de la década de los noventa, Streep supo vislumbrar determinados puntos de inflexión dentro de su filmografía que le permitieron labrarse nuevos perfiles y reivindicar su capacidad en otros o idénticos géneros, pero desde registros más que notables. Lo hizo en la comedia fantástica La muerte os sienta tan bien y en la romántica Los puentes de Madison, película que marca un antes y un después en su trayectoria, sobre todo porque es la primera ocasión en la que asume la condición de mujer madura desde la que ha encarado con rotunda convicción su propia madurez dramática.
Algo que supo poner de manifiesto con la llegada del nuevo siglo en las excelentes Las horas, La duda y en la muy interesante Leones por corderos, y al aceptar papeles más desagradables, como el de la manipuladora madre de Liev Schreiber en El mensajero del miedo o el de la agente de la CIA que antepone su país a la vida de cualquier ciudadano estadounidense en peligro en territorio árabe en Expediente Anwar. Tampoco ha olvidado el terreno de la comedia, en el que logró triunfar con No es tan fácil, El diablo viste de Prada y -demostrando que también sabe cantar y bailar muy bien- en Mamma mía, a la que insufla una vitalidad desbordante que hace olvidar el insustanciable argumento del popular musical.
Ahora, a sus 62 años, ostenta el mérito de ser la actriz de Hollywood que más nominaciones al Oscar y los Globos de Oro posee de toda la historia, a las que ha sumado las de su última y esperada película, La dama de hierro, en la que encarna a Margaret Thatcher, y por la que ya la dan como segura ganadora de la estatuilla. Aunque, más que por sus nominaciones y galardones, lo que la hace única es su capacidad para sobrevivir y reivindicarse año tras año en un mundo, el del cine, tan masculino y adicto a sus jóvenes y fugaces estrellas.