Empujados por nuestra casi enfermiza obsesión por despreciar los atributos de todo aquello que nos hace diferentes, relevantes y hasta exquisitos, no he visto mayor empeño como este año en buscarle deméritos a la celebración de la Feria del Caballo, ya sea por justificar las previsiones más derrotistas o como un síntoma más del virus de la crisis que agarrota cualquier atisbo de felicidad o satisfacción en nuestras vidas. Los argumentos han estado ahí, al orden del día, se los habrán sacado a colación en cualquier conversación informal, ustedes habrán asentido, convencidos o por seguir la corriente dominante, pero expuestos sin remedio a no sé qué tipo de necesidad por ensalzar lo que ha podido deslucir esta edición festiva.
Yo, hasta la fecha, pensaba que, a lo sumo, todos llevábamos dentro un entrenador de fútbol, pero no. Eventos multitudinarios, caso como éste de una feria, nos demuestran que también tenemos alma de sociólogo, que nos gusta escudriñar los ambientes y darle explicaciones que no van más allá del sentido común, pero que fortalecen nuestras posiciones, nuestros “lo que yo te diga”.
Bajo esa premisa hemos coincidido en concluir que este año ha ido menos gente a la feria, que una buena parte de la que lo ha hecho aguardó hasta la hora del café o la copa larga y con el estómago lleno, que el ambiente de verdad estaba en las calles, no en las casetas, que vaya tela con el calor que ha hecho y el dichoso levante espolvoreándonos el traje de albero a cada instante, que se ha perdido la esencia del paseo ecuestre con tanto coche-taxi de caballos para que la peña se suba a escote, que si lo de un día menos de feria ha sido un acierto o un desacierto, que lo de las bombillas led está muy bien para el ahorro pero que el alumbrado de las calles interiores era horrible, que lo del domingo de feria no tiene arreglo por mucho empeño que se le ponga, que en los toros se regalan las orejas y en el tendido estamos casi en familia, que vaya desgracia la del rebujito con lo buena que está una copa de fino -después pasamos al JB cola y que de la desgracia se lamente un escocés-, y, para colmo, qué escándalo lo de La Rosaleda -una cuestión que ya sí precisa de expertos en la materia que atinen en el por qué de las cosas-.
Solo espero que entre queja y queja hayan tenido tiempo de pasárselo bien, de apreciar el encanto ineludible de esta feria, su exquisitez bien entendida, sin convencionalismos, su relevancia histórica, su poderosa atracción, ya que muy pocos de los argumentos esgrimidos influyen directamente en el hecho sustancial que nos lleva a coincidir en el Real: disfrutar de la fiesta, cada uno a su manera y en función de sus posibilidades y estado de ánimo. De hecho, solo hay dos cuestiones que deberá replantearse el Ayuntamiento de cara a ediciones venideras: el control de la mendicidad infantil, que este año ha provocado incluso un conflicto de intereses con la Junta, y una mayor rigurosidad en el cumplimiento de las normas a cuantos prestan los servicios de su carruaje en el Paseo de Caballos.
Jerez, en cualquier caso, durante toda esta semana, además de una fiesta, ha sido un remanso, necesario y agradecido, al que a partir de hoy hay que darle continuidad, entre otras cosas porque hay argumentos para que así sea, siempre que no se dejen detalles al azar. La decisión de intervenir el servicio de autobuses ha sido un acierto, pero no se puede quedar en un gesto de cara a la galería -que ha sido la feria-, sino revertir definitivamente en beneficio de la viabilidad del servicio y en favor de una plantilla que lo está poniendo todo de su parte. El pago a proveedores está a punto de concretarse, también la puesta al día con los trabajadores del Ayuntamiento, con cuyos representantes empieza a ultimarse la entrada en vigor de la RPT. Del otro lado, eso sí, un plan de viabilidad que, además del ERE, parece sostenido por alfileres e interrogantes en algunos de sus apartados y hacen presagiar nubarrones en el horizonte inmediato de 2013. Para entonces, llegada la feria, estaremos atentos a lo que dictamina la voz de la experiencia, aunque solo pase por ser un año más viejos, ya que, para todo lo demás, tenemos nuestros estigmas bien asumidos.
Jerez
Ponga un sociólogo en su caseta de feria
No he visto mayor empeño en buscarle deméritos a la celebración de la Feria del Caballo, tal vez por justificar las previsiones más derrotistas
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