A l final no hay más cera que la que arde y la mayor parte de las declaraciones que se han escuchado a lo largo de este verano sobre el futuro del Hospital San Carlos no han sido más que juegos de artificio de los políticos, incapaces de estar callados sin tirar piedras al contrario.
Esto es, que las negociaciones, como se ha insistido desde las partes -no desde parte de las partes- siempre han ido bien, dentro de la complicación que entraña una negociación de tal calibre y dentro de los plazos lógicos en las estrategias de cada uno, supeditadas obviamente lo que la realidad va poniendo sobre la mesa. Y esa realidad es que la Junta cada vez tiene más prisas por acabar la operación habida cuenta de que está absolutamente desbordada clínicamente como demuestra la cantidad de derivaciones que está haciendo en estos tiempos.
No obstante y haciéndoles caso a las declaraciones de los primeros espadas que han hablado, el final de año y la llegada de un acuerdo no va a solucionar todos los problemas ni va a despejar todas las incógnitas. La realidad sigue golpeando, sobre todo la económica, hasta el punto de ni siquiera poder atajar la realidad asistencial, lo que presume las complicaciones inherentes a una situación tan cambiante como incierta.
Pero las cosas van razonablemente bien, apurando los plazos porque también lo marca la estrategia autonómica y no es cuestión de no utilizarse en la medida de lo posible.Por eso choca que esta misma semana, la parlamentaria andaluza Carmen Pedemonte Quintana, precisamente de San Fernando, conminara a la Junta de Andalucía a no dejar atrás el proyecto del nuevo hospital de Cádiz en terrenos de la Zona Franca.
O sea, a construir el hospital que hará innecesario el de San Carlos o al menos sensiblemente más prescindible como hospital, de lo que se deduce que no se puede estar con dios y con el diablo. Hay que elegir entre una operación inmobiliaria y un hospital para La Isla.