Era Viernes Santo y el cielo comenzaba a oscurecerse. El Señor, clavado en la cruz, había muerto. En esta ocasión estaba acompañado de su Madre del Mayor Dolor y de San Juan Evangelista. El guión de la Hermandad salía a las siete y media de la tarde de la calle cielo, de su parroquia de San Joaquín. Nazarenos verdes y blancos se encaminaban hacia su estación de penitencia en la Iglesia Mayor Prioral, para volver a su templo pasada la medianoche. La verdadera Cruz, el misterio de la Veracruz, estaba depositada en las manos de Abelardo Galán y de Francisco Ancela. Tras el paso, la agrupación musical Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia de nuestra ciudad.
Pero María Santísima de Consolación y Lágrimas aún tenía el puñal clavado en el pecho. Su Hijo acababa de morir por nuestros pecados y ella estuvo junto a él. El paso de Palio, acompañado de la Banda Municipal de Ubrique, se dejaba llevar por las órdenes de Víctor Manuel García y Francisco Javier Villanueva. La restauración de los respiraderos y la corona además de las nuevas flores talladas en las bambalinas dotaban de un verde esperanza ilusionante a este palio de la corporación verdiblanca.
Poco después, a las 8 de la tarde y desde la Iglesia Mayor Prioral, hacía su aparición el paso de las Escaleritas de la Hermandad del Santo Entierro. En la cruz sólo quedaba el sudario porque Jesús había sido bajado de la misma y colocado en un sepulcro. La Cruz había vencido a la muerte. Alfonso Bello, Iván Patino, Juan Manuel Mesa y Andrés Neva, iniciaron el recorrido para mostrar a El Puerto que el Señor estaba muerto.
El sonido de los tambores destemplados acompañaron a la urna con el Señor yacente. Javier Torres, Álvaro Morales y Antonio Mesa no permitieron que el paso de misterio se moviera ni un ápice. La brillante y majestuosa urna de plata, relucía en contraste con el cielo, que por momentos se ponía más negro.
Se comenzaban a oír marchas fúnebres interpretadas por la Banda de Música Municipal de Barbate y, en un riguroso negro de luto, se presentaba ante nosotros Nuestra Señora de la Soledad, con sus manos entrelazadas para contener el dolor. Los experimentados capataces Manolo Galán, Manolo Sánchez, Fernando Fernández y José Márquez ponían con su ánimo a la cuadrilla una alfombra de flores, guiando en sus pasos a los costaleros que sufrían como María la muerte del Señor.