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Viernes 15/11/2024
 
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Sevilla

“Suspiros de España” para la Macarena

Hacía muchos años que la ciudad no registraba una experiencia mariana con tantísima devoción, con tanto fervor mariano

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  • Macarena -

Cuando el paso de la Esperanza Macarena cruzaba la salida de la plaza de España la banda de música de Saltera comenzó a tocar el pasodoble “Suspiros de España”. Fue una genialidad que el público recibió con una espléndida salva de aplausos y fue también una excepción en la programación musical de la jornada, pues solo se escucharon las marchas procesionales macarenas. Las notas alegres, nostálgicas y patrióticas de “Suspiros de España”  fueron el complemento a la parada que el paso de Nuestra Señora hizo exactamente delante del monumento que recuerda a Aníbal González frente a la entrada de la plaza de España. Luego, cuando la imagen fue alzada, todos pudimos ver cómo los costaleros mecían la imagen macarena mientras el paso cruzaba por delante de la estatua que recuerda a Don Aníbal.

Pasaba la imagen macarena junto al monumento y las gentes hacían suyo los primeros versos de la primera letra del pasodoble:

“Quiso Dios, con su poder, / fundir cuatro rayitos de sol / y hacer con ellos una mujer”. Una música y letra popularizada en un filme por  Estrellita Castro en 1938 y que compuso en 1902 el cartagenero Antonio Álvarez Alonso.

La misa estacional conmemorativa de las bodas de oro de la Esperanza Macarena tuvo momentos únicos, preciosos, como cuando Estrella Morente cantó la copla que el maestro Quiroga dedicó  a la Esperanza Macarena y que estrenó Juanita Reina, y también cuando la solista del coro interpretó la copla compuesta por Joaquín Turina en honor de la Esperanza Macarena.

El hecho de haber convertido la Plaza de España (1914-1928), construida por Aníbal González y Álvarez-Ossorio (Sevilla, 10 junio 1876-31 mayo 1929),  en templo popular para la misa estacional conmemorativa de las bodas de oro de la coronación canónica de la Esperanza Macarena, y más aún cuando el temporal de lluvias de 1964 impidió su celebración en el mismo lugar como estaba previsto, añade al acto de 2014, celebrado en una jornada espléndida de sol y cielo inmaculado, valores que no solo los macarenos sino todos los sevillanos como una sola persona, han vivido a tope y han marcado con letras de oro en sus mentes. Sí, han sido unas jornadas impresionantes, preciosas, de sevillanía integral, de marianismo devocional, que han respondido con generosidad al enorme esfuerzo organizativo realizado por la Hermandad macarena, y que Dios ha premiado con el éxito más rotundo que podría esperarse. Sevilla sabe cómo y cuándo debe darlo todo y esta era una ocasión de demostrarlo. Los sevillanos han dado un testimonio mariano y cívico que nunca se olvidará.

Hacía muchos años que la ciudad no registraba una experiencia mariana con tantísima devoción, con tanto fervor mariano. Puede decirse que estuvo toda Sevilla en las calles, menos aquellos que todos sabemos que no aparecen por estos acontecimientos espirituales. Sí, es verdad, echamos de menos a algunas personas con cargos políticos que dicen representar a todos los ciudadanos, pero que se borraron de la conmemoración macarena, aunque Ella, nuestra Señora de la Esperanza, seguro que no se lo tendrá en cuenta. Porque Ella sí atiende siempre a todos los que la solicitan de corazón.

En el cielo celeste inmaculado que cubrió la Plaza de España hubo un palco de honor donde se agolparon extintos macarenos de raza. Allí estaban exultantes Ricardo Zubiría, José J. González Reina, José Luis de Pablo Romero… Joaquín Romero Murube, Juan Sierra, Rafael Laffón… Antonio Rodríguez Buzón, Manuel Marín Vizcaíno, El Pelao… Santiago Montoto, José Laguillo, José Montoto… Y tantos otros que están en el recuerdo del pueblo macareno extendido por el mundo.

La ciudad, medio mundo a través de internet, ha registrado una experiencia que hacía faltar vivir, pero vivir a tope, sin fronteras. Gracias a la televisión hemos podido fijar masivamente nuestras miradas en los ojos divinos de la Esperanza Macarena y no hemos podido resistirnos a exclamar entre lágrimas: ¡Viva la Madre de Dios!.

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