La espero en la plaza del Casino, zarandeada por el Levante de las Nieves, que no falla nunca. El Levante es el viento más malangel del mundo, pero al menos refresca un poco la tarde de agosto, así que no se está mal en una mesa para dos, hablando de flamenco y de las cartas que la vida ha echado con nosotros: los dos, tanto Ana Soto como yo somos de San Francisco y de niños nos asomamos al Alambique, ese templo del flamenco que un día derribamos por catetos.
Ana llega con su abanico y con un desparpajo que no es más que el atrevimiento de las tímidas, porque hay mujeres que disimulan su timidez con una graciosa desenvoltura. Enseguida le pregunto que por qué tan tarde.
¿Por qué, Ana, has empezado a cantar tan tarde?
Bueno. Te refieres a cantar en público, a actuar, porque yo siempre he cantado. Amo al flamenco, lo llevo en la sangre y es toda mi vida. He vivido el flamenco en mi casa, en mi calle, y desde niña, haciendo la faena, he cantado. Lo que ocurre es que mi timidez me impedía cantar en público, aunque una vez que me he echado para adelante resulta que disfruto cantando, actuando ante el público. Ha sido una sorpresa para mi, porque yo me lo pasaba bien cantando para mis amigos, o para mis hermanos, y ahora resulta que cuando mejor me encuentro es actuando, sobre un escenario.
Pero eso, ¿por qué tan tarde?
Ya te digo. No me atrevía, y luego me dediqué a criar a mis hijos. Ya sabes que en esto de los niños las mujeres somos las que hemos llevado siempre las tareas más importantes. Yo no tenía tiempo para actuaciones.
Ser hija del cantaor Antonio Soto tiene que ser, ante todo, una responsabilidad, ¿no es así?
Claro que sí. Mi padre era un gran cantaor. Yo lo recuerdo cantando en el Alambique. Pero cantando hondo, seguiriyas, soleares y esos palos fuertes. Tengo una anécdota sobre esto: un día mi madre me mandó a comprar vino al Alambique. Tendría yo unos siete u ocho años. Llegué allí y cuando vi a mi padre transformado, cantando por seguiriyas, se me puso la carne de gallina, me emocioné tanto que me fui a mi casa llorando. Mi madre al verme pensó que me habría pasado algo, pero yo se lo expliqué. Hoy que sé lo que es el cante, que aquella emoción es porque había asistido a algo muy grande, como es a una seguiriya cantada por aquel hombre que era mi padre, y que era uno de los grandes cantaores que ha dado Arcos.
Pero había otros cantaores en el Alambique, ¿no?
Uf. Aquello era flamenco y más flamenco. Allí escuché también cantar a Miguel “Cambayá”, o al “Latiguera”. Yo es que ya soy muy mayor, ¿sabes?
Y tanto que lo sé, Ana, como que somos de la misma quinta. Los dos nacimos el mismo año, que no voy a decir cuál es por preservar tu edad, que no es elegante decir la edad de las mujeres. Sólo diré que yo nací en enero y tú en abril, así que yo soy mayor. (Ana se ríe y me dice que está enamorada, entusiasmada con el flamenco, y con un discurso apasionado me explica que está estudiando con la cantaora Ana Gómez)
Estoy estudiando con Ana Gómez, ¿sabes? Ana Gómez es fenomenal y me está enseñando muchas cosas. Me está enseñando palos que yo ni siquiera sabía que existían. Yo no sabía que el flamenco era tan largo, tan difícil.
Pero el flamenco no se aprende, ¿no?
Hombre, vamos a ver: yo tengo el disco duro en mi cabeza. Te quiero decir que yo llevo el cante en la sangre. Otra cosa es perfeccionarlo, aprender las distintas clases de soleares. Un montón de cosas. Con Ana aprendo mucho, en las clases que da para la Delegación de Igualdad del Ayuntamiento.
De cantar haciendo la faena doméstica a cantar en un escenario. ¿Quién te dio el empujón para que te decidieras?
Estoy agradecida a mucha gente. El empujón fuerte, digamos, es del guitarrista Manuel de Julia, y de Julia, su madre. También me han apoyado y animado mucho mis hermanos Lourdes y Antonio, y mi cuñado Antoñito. Ya te digo que el flamenco es una cosa muy familiar. Nosotros hemos cantado juntos muchas veces. Cuando éramos niños a lo mejor una noche se presentaba mi padre en mi casa con dos o tres personas que querían escucharnos. Cada uno hacíamos lo que sabíamos y a la mañana siguiente era fiesta en mi casa, porque había dinero y la despensa llena. De ahí, de ese cante familiar, he saltado gracias a estas personas y a otras a actuar en escenarios, donde también actúo con mi familia.
Y tu madre, Juana, que no cantaba, ¿cómo llevaba vuestro arte?
Mi madre no cantaba, pero entendía mucho de flamenco. Muchas veces, mientras yo cantaba en la casa, se quedaba parada mirándome, escuchándome, y cuando tenía algún fallo me lo hacía saber. Era muy entendida y sabía que el arte de su marido y de sus hijos era serio.
Ana, tú eres una mujer muy expresiva, temperamental. ¿Llevas ese temperamento a tus cantes?
Claro. Eso es lo que me dice Ana Gómez. Me dice que yo interpreto muy bien los cantes. Porque no se puede cantar una seguiriya riéndote, por ejemplo. La seguiriya es un cante de pena, muy hondo, y es lógico que la cara lo refleje. En el lado contrario, por ejemplo, la bulería es un cante alegre, festero, y hay que cantarlo con gracia.
¿Y para cuándo un disco?
A mí me gustaría, pero ya sabes que he empezado muy tarde. Ten en cuenta de que estoy cantando en público desde hace cuatro años. He colaborado en un CD contra el maltrato a las mujeres, editado por la Delegación de Igualdad, y alguna otra colaboración.
Hablando de maltrato. ¿Hay machismo en el flamenco?
Yo te digo que no. Yo no he notado que por ser mujer me den de lado los cantaores. Es más, es un mundo donde la gente se apoya. No. No hay machismo.
¿Y por qué crees tú, Ana, que haya hombres que prohíben a sus mujeres cantar en público? Yo sé de casos de hombres que se han casado con una cantaora y le han dicho que se acabaron los tablaos, que a partir de ese momento ella no canta nada más que para él. ¿Qué te parece?
Pues no sé qué decirte, porque a mí me parece que una mujer cantando no le hace daño a nadie, ni puede ofender a su marido. Al contrario.
Este viernes actúas en el Tesorillo, ¿es así?
Sí. Será a partir de media noche. Actúo con mis hermanos, y con mi cuñado a la guitarra. A la gente le gusta ver juntos a los Soto.
Y de proyectos qué tal.
Después del verano voy a cantar en el Parador, y en la plaza del Cananeo. También he actuado en la Peña de Ubrique, y en Arcos tengo mucha relación con la Tertulia Flamenca y la de los Flores. Estoy muy ilusionada y feliz de dedicarme a cantar.
Y seguimos hablando ya fuera de la entrevista. Resulta que me gana en nietos: cinco a tres. Habla de ellos con el orgullo de todos los abuelos, aunque a ella no le llaman abuela, sino Ana. O Anita. Anita Soto, una mujer que canta con naturalidad, sin artificio. Las estrellas brillan y ella canta. Así de simple. Así de importante. No sabe por qué hay hombres que no dejan cantar a sus mujeres y a mí me gustaría explicárselo, pero me callo. Se lo explico ahora por escrito: Resulta, Ana, que cuando una mujer canta se le ve el alma. Y eso, el alma, sí que es un hermoso desnudo. Tan hermoso que muchos hombres no quieren compartirlo con nadie.