Luis Miguel Morales | Absorto me quedé cuando de entre la nada releía con más atención que sonrojo, que es el momento de nuevas políticas, de nuevas maneras, de dar a la ciudadanía lo que ésta se merece. Faltaría más.
Cuan bello sería si todo, absolutamente todo, fuese cierto. De enterrar y parir otra política al mismo tiempo. De gestionar y arremangarse.
Por qué no reconocerlo, suelo ser bastante incrédulo con lo terrenal. Razones me inundan. Con lo político no iba a ser menos. Me fío poco, la verdad. También han dado, estos y los anteriores, que no son de fiar. La noticia es el que lo es. Sigo buscándola incansablemente.
Que manipulan, que mienten y que se aprovechan. Y es que el político -no lo olviden- en su génesis, sus intereses primarán sobre todas las cosas. Todas. Tú, yo, el partido, su pueblo y todo quedará relegado a él. Todo orbitará en torno a él. La política servirá como excusa de sus objetivos. De sus intereses. Se lo estoy diciendo. Que no lo confundan. Esto es así.
Es por eso que cada vez entiendo más el inmovilismo local. Ahora lo entiendo todo. La desazón, la desilusión y el más de lo mismo, son una.
No quieren problemas. “¿La deuda? Ahora me he enterado de ella”. La culpa es de la herencia. Los herederos son inmaculados. El Puerto, es decir, el Ayuntamiento, al parecer, solo existe desde hace ocho años.
Los pactos, los desmanes, las inhabilitaciones, las corruptelas, los juicios o los contratos irregulares son de nuevo cuño. Ya saben -recuerdan- la famosa memoria selectiva.
Desear un consenso aglutinador con el que ofrecer que se trabaja y que se lucha por cambiar una realidad que les puede, les supera, les queda grande. Inmensa. Es querer ganar tiempo. Tomar decisiones es marcarse, es posicionarse.
Y eso es lo que se evita. Eso enfrenta y eso traerá ¿problemas? Eso es, precisamente, de ser valientes.
Esa debe ser la nueva política. Quitar nudos, no nuevas ataduras agradecidas. No afrontar la responsabilidad sí que es de ser cutre.
Y con la que está cayendo -deben pensar- no es demasiado inteligente ni popular comenzar a crear tan pronto diferencias dentro del paraíso idílico. Más cornadas da el hambre y no es cuestión de perder lo que tanto ha costado. Hombre por Dios.
Eso sí, los días pasan, las promesas tienen fecha de caducidad y hay que cumplir con los que te aplaudieron y te otorgaron apoyos en mayo. El run run callejero es constante. No hay orejeras para dejar de oírlos. Los compañeros de pancartas te marcan el paso. Tantas horas y tantas confidencias es lo que tiene.
Ya sabes, Quique, amor con amor se paga. Y de cariño no se vive, desgraciadamente.
La red clientelar ha sido la peor lacra que ha podido arrastrar a la política. Ha sido la razón de caer bajo mínimos, a ser el problema.
El fracaso y con él a la ruina. Tenemos el ejemplo gráfico en la Junta de Andalucía en sus miserias, sus míseros y sus corruptos. El cortijo, el Régimen, ata y corroe voluntades. Los subvenciona y los nubla. La gratuidad se impone al esfuerzo. Vamos por el mismo camino. Dos ex presidentes imputados; dos ex alcaldes en los Juzgados.
El otro, presuntamente, cuando deje de estar aforado. Quieren más ejemplos.
En clave local los nervios comienzan. Las valerianas ya corren de despacho en despacho más rápido que las propuestas. Lógico.
El tiempo se agota y esto no ha hecho más que comenzar. El individuo sin recursos propios aprendió rápido del potencial ajeno.
Su maestro le enseñó el camino. Y es esclavo de sus ambiciones. Es por eso que apriete y exija. Es lo que él entendió dentro de su Democracia interesada. Se vendió a la conveniencia.
Y de lo mío, ¿qué? Quique, esto no lo arregla ni la Salvaora.
Quique Pedregal | No sé, Luismi, pero yo ya no me creo “ná de ná”. Entiendo también que la política es un tira y afloja, un toma y daca, un échate “payá” que me toca, pero a estas alturas de la vida…
Por ejemplo, ¿soy más de mi partido si asisto a la misa de la Patrona, en la que no creo pero que, por respeto a la ciudad, a los portuenses, porque represento a los votantes, creyentes o no creyentes, bla, bla, bla, que si me quedo en mi casa viendo el Sálvame? ¿O soy más de mi partido si no asisto a la misa de la Patrona, en la que sí creo pero que, por respeto a mi gente, a mis votantes, a lo que dicen de arriba, porque represento a los votantes, creyentes o no creyentes, bla, bla, bla, que si me pierdo hoy el Sálvame?
Muy fácil: ¿llevas toda la vida acompañando en las calles a la Virgen? Pues vuelve este año. ¿No has acompañado nunca a la Patrona en su día? Pues no vayas. Pero lo que tengas que hacer, HAZLO EN FUNCIÓN DE LO QUE TÚ SIENTAS EN LO MÁS ÍNTIMO DE TU SER, para bien o para mal… y apechugando contra viento y marea.
Creo, de corazón, que los gobernantes en general tienen buenas intenciones. Los que fueron, los que son y los que vendrán, seguro que actúan de buena fe. Ni todos son chorizos, ni todos son santos, pero no me equivoco si afirmo que todos, como los que empiezan una dieta cada lunes, quieren lo mejor para su pueblo.
En este compendio de buenas intenciones, llámese también programa electoral, se prometen cosas que no se pueden cumplir… y lo sabes. A veces, porque detrás de cada actuación política hay un informe económico-financiero, otras veces porque aparece la cruda realidad de conseguir que lo jurídico-legal case con lo técnico, y otras porque los que tienen que adelantar trabajo funcionarial van dejando pasar el tiempo por desidia, carga de trabajo o desconocimiento.
Y aquí surge el “de lo mío, ¿qué?”. Me tiro cuatro años detrás de pancartas físicas y plataformas virtuales, reuniones a diestro y siniestro, encuentros y jornadas sobre lo que debería ser y no es, cafés interminables y reuniones informales, diciendo que “todo va a cambiar en cuanto nosotros estemos en el poder”.
Y llega el momento de tomar decisiones, enfrentarse a la burocracia, a los saldos bancarios, a miles de papeles en lenguaje jurídico-legal-técnico que me cuestan entender… y te paran por la calle para ponerte la cara “colorá”.
Tus intenciones son buenas -aunque en muchas ocasiones se tengan que teñir sí o sí de rojo, azul o morado- pero tú vas de frente pensando en lo mejor para tu pueblo, para tu gente. ¡Viva el trabajo, viva el esfuerzo, viva la utopía!, pero el guiso se cocina mejor a fuego lento.
Lo que yo te diga, Luismi, de lo tuyo y de lo mío “ná de ná”.