Hasta tal punto ha llegado la situación que el presidente del Congreso, José Bono, no tuvo más remedio el miércoles -aunque de modo meramente testimonial y levísimo- que dar un toque de atención a los diputados faltones. “La opinión de los presentes es mucho más importante que la de los ausentes”, aseguró, al pedir la conformidad del Pleno del Congreso para reordenar la sesión. No es que Bono sea responsable del comportamiento nada ético de los parlamentarios, pero quizá fuera conveniente que tomara otro tipo de medidas para evitar que el Congreso se acabe asemejando a un erial.
La polémica del absentismo laboral de los congresistas viene a sumarse a los recientes escándalos relativos al coste del blindaje y tuneado de los vehículos oficiales y de las reformas en determinados despachos. El colmo es que, en vez de agachar la cabeza, reconocer el error y disculparse, algunos políticos y partidos optan por atacar a los medios de comunicación que denuncian sus desmanes presupuestarios.
La desfachatez que la clase política muestra y demuestra ante los ciudadanos con la renuncia a sus deberes y la maximización de sus derechos es tal que pareciera, incluso, que ya ni siquiera desean sentarse en sus poltronas.