Los Warren, Ed - demonólogo y escritor- y Lorraine -clarividente y médium- eran investigadores paranormales especializados en casas encantadas. Durante los años 70 del pasado siglo, sus casos más conocidos fueron los de la muñeca diabólica Annabelle, la vivienda de Amityville, el hogar de la familia Perron, todos localizados en su país, Estados Unidos, salvo el que nos ocupa, que tuvo lugar en Londres. Los cuatro han sido llevados al cine y los dos últimos, sendos expedientes, por el realizador James Wan.
En esta historia, la pareja se traslada a Reino Unido -pese a la reticencia de la mujer, que tuvo un pálpito-visión previo de que este trabajo podría suponer un peligro mortal para su marido- para investigar allí el hogar de una madre soltera y sus cuatro hijos. Un hogar cualquier cosa menos dulce. Muy al contrario, poblado de fantasmas y presencias malignas, cuyas manifestaciones más inquietantes las perpetran a través de una de las niñas, de tan solo 11 años.
Producción estadounidense de 133 minutos de metraje. El guión lo escriben Carey y Chad Hayes. La fotografía, excelente, junto a los efectos especiales, la firma Don Burgess y la música, otro elemento dramático más, Joseph Bishara.
Wan sabe manejar perfectamente las claves del género y lo demuestra también aquí. Combinando ternura, amor, humor y terror en una elegante, refinada y eficaz puesta en escena que sobresalta cuando y como debe, incluyendo las potentes e intensas presencias de las entidades fantasmagóricas. Como en la primera, también muestra que, en ese otro lado, hay verdugos y víctimas. Dominantes y dominados.
Pero ahora cruza el charco y cambia las mansiones acomodadas por un barrio pobre donde una heroica y animosa mujer -va también de mujeres fuertes esta entrega, por más víctimas que sean de las fatalidades y de los abismos infernales- intenta sacar adelante, como puede, a sus cuatro hijos-as. Y se encuentra que, a sus problemas terrenales, se les unen los de ultratumba.
La fe contra el Averno. Las cruces del derecho y las del revés. La ciencia y la religión. El afecto tan sólido y cómplice de una pareja singular. La hija, que también hereda el don maldito de la videncia. Esa niña levitando y siendo poseída en una casa que tiembla, protesta, se agita y se retuerce con fantasmas de distinto signo. Unos créditos finales que no deben obviar, pues aparecen las imágenes reales del caso, de la época y de los personajes.
A la mujer herida que escribe estas líneas le ha resultado reconfortante su visión. Porque ningún susto de ficción puede equipararse con los que nos da la llamada vida real. Por sus cualidades intrínsecas, y pese a sus defectos, como el ser algo dulzona, conservadora y sentimental. Como lo eran los protagonistas retratados. Por Patrick Wilson, Frances O´Connor, por la maravillosa Vera Farmiga y por el magnetismo de Madison Wolfe. Así que la recomienda sin paliativos.