Primero fueBlack man white skin (Hombres negros piel blanca), un documental en el que invirtió cinco años de su vida jugándose el dinero y el físico en África. En ese documental, duro, sincero, comprometido, pretendía y en buena parte lo ha conseguido dar a conocer al mundo un problema desconocido pero que está ahí.
Los negros albinos de muchos países africanos son asesinados para hacer ungüentos con ellos, sus cabezas, brazos, piernas… vendidas como amuletos y aunque no hubiera nada externo que los amenazara, está el sol sobre el cielo en el territorio donde más horas de sol hay. No en vano se llama el continente negro, ese en el que el ser humano se adaptó aumentando la melanina que impide que la luz perfore su piel.
El albino no tiene esa protección y su esperanza de vida es de 20, 25 ó 30 años, víctima de cánceres de todo tipo. O mejor dicho, tiene la protección de un periodista que se arriesgo a poner en marcha un proyecto para algo más que hacer una película. En este caso, en el de José Manuel Colón Armario, periodista y licenciado en Historia, el periodismo es un instrumento para luchar contra los silencios, contra la ignorancia, contra la pasividad. Por eso la Unesco ha proyectado su documental en su propia sede, como un ejemplo de periodismo comprometido con los Derechos Humanos.
Ahora le toda el turno a La manzana de Eva, un documental sobre la ablación en muchos países africanos, de Oriente Medio… Bueno, eso es lo que se cree. La ablación está aquí en España, en las miles de niñas de padres musulmanes en los que la tradición está tan arraigada, estén en España, en Francia, en Alemania… Por eso en esta ocasión se va a grabar parte de ese documental en varias capitales europeas, porque el problema está en todas partes.
Hay 200 millones de mujeres mutiladas en el mundo y lo que es peor, hay 93 millones de niñas que van a sufrir la ablación en los próximos cinco años. Pero es que entre nosotros, sólo en España, hay medio millón de mujeres mutiladas y 57.000 niñas pueden serlo si no se hace nada para evitarlo. Y aun haciéndolo, la mayoría de ellas pasarán por ese trance.
Es verdad que el segundo trabajo de José Manuel Colón Armario y su equipo no le va a costar tanto como el primero. De hecho, lo está financiando con lo que ha ganado hasta ahora con el primero, vendido a Netflix, la plataforma de pago norteamericana que llega a 120 países, y a 200 millones de personas la mejor difusión, el mejor instrumento para los fines de Colón, la denuncia honesta pero apasionada de los negros albinos. Y que puede ser también la plataforma para la denuncia de la ablación.
Pero en realidad está invirtiendo lo que gana y lo está haciendo por un compromiso, porque como él mismo dice, el periodismo es comprometerse y con todas las consecuencias. Si en Black man white skin se la jugó comerciando con un vendedor de miembros de negros albinos, sin saber si lo descubrirían o podría contarlo -que lo contó- esta vez ha estado a punto de dar con sus huesos en una cárcel de Gambia simplemente porque llevaba una cámara.
O mejor dicho, porque llevaba a una cámara para grabar lo que allí se considera algo normal y donde no consienten que un extranjero llegue a decirles que están haciendo mal lo que consideran que está bien. Sin contar con que fue asaltado en Kenia por varios hombres cuando estaban en un descanso del rodaje con un grupo de chicas que se negaban a ser mutiladas.
Las cifras son escalofriantes. Las cuenta en la entrevista que una vez más nos concedió para explicarnos lo que está haciendo y que deberá estar terminado en mayo de 2017, porque ahora tiene plazos, lo que es bueno porque demuestra que ya cuenta con apoyos para seguir denunciando lo que cree que es denunciable. Es el precio de la libertad, perder un poco de ella para ganarla entera. Estar sujeto al tiempo, pero tener los medios.
Cuenta que el problema puede estar junto a nosotros, en la casa de al lado. Familias que viven en España, cuyas hijas son españolas y que llevan a sus países de vacaciones y llegan mutiladas. Sabe que no puede ir a los países de origen a meter las narices en las costumbres ajenas, por eso es partidario de convencer a los nativos y que éstos convenzan al resto, pero en este caso, cuando se trata de niñas españolas, francesas, alemanas, británicas… la Ley que impera es la de esos países. Y ahí no hay injerencia.
Si en los países en los que se practica la ablación tiene que convencer al ‘brujo’ de la tribu -no es un término peyorativo- aquí hay que convencer al los brujos del Congreso para que aprueben leyes que impidan esas vacaciones sangrientas para las niñas. Porque muchas ignoran lo que le están haciendo y otras son mutiladas sin que puedan hacer nada por evitarlo.
Igual que en el caso de los albinos se detuvo a políticos que traficaban con miembros de esas personas, en el problema de la ablación los brujos, los políticos, son los que en algunos casos la defienden. Por eso hay tanto trabajo por hacer y hacerlo bien, desde dentro y a través de los nativos de esos países que están convencidos de que la ablación, la mutilación genital, es una aberración se mire desde la cultura que se mire.