Los barqueros resucitan una y otra vez con un canto inmortal que transporta las almas. Enciende los ánimos y revoluciona el Falla que se pliega ante la fortaleza de una comparsa que se refuerza con el puño y letra de un Martínez Ares que señala el podio final con el dedo.
La moralidad endeble ante la política norteamericana con un símil nacional que desmonta las vergüenzas ajenas.
Más concienciador con el dialogo entre un padre y un hijo homosexual.
Eterno y perpetuo, glorifican ante la remisión de una exquisitez que halla el paraíso.