Dormir en la vereda, tapadas con una manta, acurrucadas para que el frío de la noche no se vuelva insoportable e invisibles para muchos onubenses. Josefa y Rachid son madre e hija y viven el drama de sus vidas: desahuciadas en dos ocasiones, tiradas en plena calle y viviendo de la (poca) caridad.
Rachid, de 38 años, perdió la custodia de sus tres hijos de nueve, siete y cinco años; su puesto de trabajo hace más de dos años; su prestación por desempleo hace once meses; su “dignidad” e incluso su salud. Josefa, de 66 años, desconsolada y deteriorada, sólo desea ver que su hija recupere su vida antes de morir.
Ambas lo han perdido todo. Sólo les queda el amor de una hacia la otra y un colchón. Malviven en los bajos de la estación de autobuses de Huelva y no tienen nada que llevarse a la boca. Sólo cuentan con la ayuda de los servicios de desayuno y ducha de Cáritas y de pequeños donativos de viandantes.
“Vivimos como perros. Nadie nos mira. No somos nadie. Nos sentimos escoria en esta ciudad”, comenta Josefa a Viva Huelva entre lágrimas y agotada. Choqueras e invisibles para su gente e incluso para las instituciones públicas, ya que “por aquí no ha pasado nadie del Ayuntamiento”, sentencia esta anciana que dice estar “abandonada” a su suerte después de ser desahuciadas dos veces: la primera de su propia casa y la segunda de una vivienda de alquiler.
Por su parte, Rachid ha trabajado a lo largo de su vida como ayudante de cocina, de camarera y como auxiliar de escuelas infantiles. Además, cuenta con la titulación de FP1 de la rama de administración. Desde que perdió su último empleo hace más de dos años intentó reengancharse al mundo laboral en Madrid. Sin embargo, acabó en la indigencia y sólo le ofertaron trabajo -dice- “de servicios sexuales”. Antes, ya había perdido la custodia de sus hijos. Según relata, sus dos niñas, de nueve y siete años, viven con unos padres adoptivos, y ahora sólo puede ver las tardes de los martes y los jueves a su pequeño de cinco años, alojado en el centro San Isidro de Gibraleón.
Deteriorada físicamente al perder 20 kilos, pelo y dientes, Rachid apela al “corazón” de algún empresario para reconducir su vida. Sólo pide una oportunidad laboral para hacer frente al pago de una vivienda y, así, poder “recuperar” a sus hijos, que le preguntan que “cuando volvemos a casa”. Para colmo se ha topado con la burocracia española. “Tras mantener contacto con el abogado del Defensor del Pueblo Andaluz me atendieron en el Ayuntamiento y aceptaron ayudarnos con el pago de un alquiler durante seis meses. Lo que no se dan cuenta es que ¿quien me va a hacer un contrato de alquiler siendo pobre y sin recursos?”.