Todo hacía indicar que esta 59º edición de nuestro reverenciado Premio Jaén de Piano, que tan admirablemente insufla de vida nuestra Diputación Provincial, iba a ser una mera transición (no siempre puede uno tocar el cielo con las dos manos), en espera de la efeméride del año próximo en el que festejaremos su sesenta aniversario. El que a la semifinal del pasado miércoles acaecida en el Teatro Infanta Leonor, contara excepcionalmente -nada menos que- con ocho aspirantes, era síntoma inequívoco del profundo error.
Sin duda, el nivel alcanzado en la estampación de este 2017 que hoy concluye, ha sido lustroso y de gran estatura. Tanto, que una espléndida pianista con universo sonoro propio y todo un futuro por delante, como es la rusa Anna Zaychenko, se le privó de un asiento, en una final que en Concursos anteriores hubiera alcanzado con un leve y simple bufido de su innegable talento. Pese a que regaló el mejor Debussy de toda la prueba y su contundencia como músico eclosionara en una Chaconne (Gubaidulina) para el recuerdo, este año el Jurado estaba empeñado en saltarse a la torera la subliminal Ley de Paridad.
La varonil pujanza finalmente derrotó a la sensibilidad femenina. La bestia terminó devorando a la bella. Aunque nos movemos por los farragosos terrenos de la subjetividad artística, no se puede poner ni un solo “pero” al trío finalista votado. Pianistas nacidos en la década de los noventa y aún por moldear, pero que ya hoy sobresalen por su enorme relevancia, calado y una lozana madurez.
Elogiar desde aquí también la magnífica labor (siempre en la sombra) del afinador del Concurso (Guido de la Llana), que ha acertado plenamente en la elección y restauración del nuevo Steinway manejado, dueño de un sonido mucho más brillante y amplio, con una diversísima paleta de gamas y colores.
El preferido y favorito de Viva Jaén, curiosamente también escribe su nombre en cirílico. Dmitry Mayboroda ha ido subiendo peldaños imparable en cada prueba. Es el más musical, instintivo y libre de los tres finalistas. Fue capaz de transmitir toda la delicadeza poética de las Op. 116 de Brahms, que en su teclado resonaron arrebatadoras y muy expresivas. Una cumbre. Técnicamente se desbordó con una arrolladora y hercúlea lectura de la Segunda Sonata de Rachmaninov. Puro y embriagador exhibicionismo, ideal para sobresaltar en la pugna.
Concluyó con una Valse de exquisitos timbres y ecos orquestales, que testificaba su amplitud de miras pianísticas. La escuela germana será defendida en la gran final por Leon Bernsdorf, pianista arrollador e impulsivo, de voz potente y gran dominio técnico, como bien demostró en la vertiginosa y dificilísima Sonata de Samuel Barber (impresionante su control en la endiablada Fuga final). Su virtuosismo y musicalidad es indiscutible.
La escuela asiática tampoco faltará una edición más a la gran fiesta jiennense del piano. La defenderá el chino Chung Wang, poseedor de una precisión digna del mejor reloj suizo. Su participación fue un despliegue de eficiencia, naturalidad y hondura. Su expresivo y elocuente Al Aire Libre de Bartók, fue de lo mejor oído en la larguísima semifinal (hipnótica esa inquietante joya llamada “Música Nocturna”).
El ardor juvenil de la Primera Sonata de Brahms se fusionó a la perfección con su sonido fresco y voluminoso, de dinámica pulida e instruida riqueza rítmica. Algo que vociferó a los cuatro vientos que este año hay final abierta y que el que quiera esta tarde alzarse con el cetro, tendrá que sudar y sacar a relucir -más que nunca- todo el potencial que aguantan sus privilegiadas manos.
LEON BERNSDORF (Alemania, 1992)
Arrollador, enérgico e impulsivo. Granítica técnica y una pulsación natural y arrebatadora. Velada línea de canto para una voz masculinizada repleta de decibelios (heroico forte). Seriedad, precisión y un sonido denso (con mucho pedal) capaz de poner al límite la propia mecánica del instrumento. En contra tiene la frialdad de tocar el primero, pero a favor, que ejecutará el más sublime y profundo de los tres Conciertos (Beethoven 4). Una obra capaz de incendiar el patio de butacas y algún corazón del Jurado.
DMITRY MAYBORODA (Rusia, 1993)
Un ejemplo de cómo la técnica se pone al servicio de la música. Magnífico comunicador, incansable explorador de la belleza, su teclado es el más elegante y refinado de los tres. Pianista de casta y señorío, de genuina y colorida pulsación, gusta de encerar el “cantabile” y erizar vellos en los pasajes lentos gracias al embaucador uso del “rubato”. Milagrosamente, parece extraer más música cuanto menos notas hay en la partitura, de ahí que el Segundo Concierto de Chopin se amolde a la perfección a su radiante estilo.
CHUN WANG (China, 1990)
Difícil rebuscar entre sus interpretaciones un resbalón o tan siquiera un leve roce a este portento técnico (seguramente sea el más virtuoso de los tres). A diferencia de muchos de sus paisanos de tan inagotable cantera, él toca bien, pero además de eso, siente y padece lo que ejecuta. Superdotadas habilidades, aguda inteligencia expresiva, cuidado fraseo y sonoridad orquestal, puesta al servicio del mago Ravel y su coloreado Concierto en Sol mayor. El hipnótico Adagio seguro que producirá más de un suspiro.