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Sábado 09/11/2024
 

Sevilla

"Maricón, viudo y monstruo legal"

Jefe de cocina, Gonzalo De Las Heras es también presidente de ARCOIRIS Sevilla y responsable de relaciones institucionales, así como delegado sindical de UGT

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  • Juan Carlos comenzó a orinar sangre. Los médicos le diagnosticaron cáncer de vejiga.
  • En la madrugada del 21 de julio, Juan Carlos moría en los brazos de Gonzalo.
  • "Me moriré con una bandera arcoiris (...)"

"El amor está por encima del sexo", afirma Gonzalo De Las Heras mientras asume las últimas caladas de su cigarrillo.

El regente de "La Palabra", bar situado en la capital hispalense y frecuentado exitosamente por muchas personas al día, abre su corazón, sus puertas y el alma.

Él vive frente al bar, no quiere perderse nada de lo que sucede allí, es muy cuidadoso y protector con aquello que él quiere (y en este caso, aquello que él ha construído con paciencia y fervor).

Jefe de cocina como profesión base, en el presente, Gonzalo De Las Heras es también presidente de ARCOIRIS Sevilla y responsable de relaciones institucionales, así como Delegado sindical de UGT.

Pero no es tanto el cargo que tiene, sino la carga que arrastra consigo desde hace ya 11 años. El 21 de julio es la fecha en la que él se aflige y se abraza para que no duela tanto. Ese día murió Juan Carlos Muñoz Plaza, su marido.

Gonzalo y Juan Carlos se conocieron en Granada. Este último era un boquerón (malagueño) emancipado a la ciudad roja para seguir con sus estudios y formación. Ambos, esquejes de familias acomodadas, se conocieron, se envolvieron, se enamoraron.

"Hace más de 11 años no era mi marido, sino mi amigo maricón que se acostaba en mi cama", cuenta sonriendo sentado en uno de los taburetes de su bar. A su espalda, cuelga una gran cruz de madera, imponente, perteneciente a una de las casas de su familia granadina.

A ellos la opinión de los demás les daba igual. Se amaban.

DUELO

Pasaron por años de sexo, amor y conocimiento, y un día cualquiera, a los 28 años de edad, Juan Carlos comenzó a orinar sangre. Los médicos le diagnosticaron cáncer de vejiga.

Fue ingresado de inmediato y Gonzalo con él. Dejó su trabajo y decidió dedicarse en cuerpo y alma a hacer feliz a Juan Carlos durante la estancia hospitalaria. Tras 11 operaciones y 2 años enclaustrados, 24 meses de dolores y vaivenes, Gonzalo y Juan Carlos se miraban y seguían estando.

"Hubo una noche que Juan Carlos se asustó y pidió a un cura para que le diese la extremaunción", confiesa Gonzalo y acto seguido, se detiene. Los ojos vidriosos delatan su pena. "No había necesidad de hacerle eso", continúa entrecortadamente. Efectivamente, "ningún cura quiso formar parte, considerando que Juan Carlos era pecador y desmerecedor, desatendiendo sus ideas católicas y de corazón cristiano". Gonzalo llora mientras maldice lo vivido hace más de una década.

SÍ, QUIERO

El 20 de junio de 2006 , Gonzalo y Juan Carlos se casan. Gonzalo sonríe de oreja a oreja al recordar a su marido dándole el sí quiero. Se casaron por el artículo "rigor mortis", recién estrenada la ley de matrimonio homosexual. Vestidos con el pijama azul, los amantes se fundieron en uno y firmaron su amor con nombre. "Nos quisimos por encima del sexo y la condición", comenta Gonzalo a boca llena tras darle el último sorbo al café. Sus manos no paran quietas.

ENTIERRO DEL AMOR

Un mes más tarde, en la madrugada del 21 de julio, Juan Carlos moría en los brazos de Gonzalo. Inmerso en una sensación casi indescriptible de pérdida y dolor, Gonzalo comenzó el proceso del entierro del amor. Simultáneamente, la lucha con su familia política se avecinaba con pasos de plomo. Entre susurros, Gonzalo enfurece: "Ellos empezaron a preguntar si yo lo había asesinado.", y hasta la funeraria le espetó que esos quehaceres correspondían a la familia "directa" de Juan Carlos. "¿Hay algo más directo que su marido?", pregunta Gonzalo al aire, acariciando la retórica; "Aquí comenzó el ataque homofóbico hacia mí, hacia nuestra relación, aquí comenzó el duelo".

Gonzalo llegó llevado por mil penas al entierro de su joven marido. "De todo el coste económico se encargó mi propia familia, siendo la de mi cónyuge multimillonaria", Gonzalo esboza una sonrisa y continúa. El mensaje subliminal queda grabado.

DESPUÉS

Le sufría el cuerpo, en el acto y durante los meses venideros. El dolor le resquebrajaba el pecho y los tendones del alma. Incineró a su marido y le guardó en casa. Desayunaba vodka y fanta de naranja, mientras observaba a su amante enjaulado en cerámica, años atrás tan joven y pasional.

La voz del padre De Las Heras no permitió la entrada de Juan Carlos en el panteón familiar, situado en el cementerio de Granada. "Aquello era De Las Heras según mi padre", añade Gonzalo.

La familia no sabía en absoluto, desconocía la envergadura del amor que se tenían aquellos dos jóvenes. Gonzalo se detiene y añade entre líneas el amor a su marido: "La mitad de mí era él. La mitad de él era yo".

IRSE

Gonzalo decidió permanecer en Granada, junto a aquella familia que se escoge y permanece, como bien se sabe en esta vida. Agosto, septiembre, octubre y noviembre pasaron densos, intensos. Saltó la alarma del domicilio conyugal en Marbella. Saltó una vez, saltó dos veces, tres e incluso cuatro. Su familia política "okupó" el domicilio conyugal señalando a Gonzalo como desmerecedor de la casa de su hijo, de su hermano, de Juan Carlos. "Puse una denuncia en Fuengirola, y el juez dudó de la legalidad de mi compromiso con Juan Carlos e incluso de si me era legítimo el domicilio donde habíamos pasado parte de nuestra vida juntos". 

"Tuve que desmontar mi casa. Fue desolador. Todo me recordaba a él", explica Gonzalo y frena haciendo una breve pausa. Exhala aire. Tuvo que desvalijar su propia casa, por el temor a quedarse sin los recuerdos tangibles de su ya difunto marido. La familia de Juan Carlos se negó a firmar testamento, porque de haber sido así, estarían aceptando el matrimonio de su hijo con otro hombre. Impensable. 

Decidió respetar a la familia de su marido sin ensañarse con ellos, legalmente hablando. Quería darles una oportunidad. Una tras otra. Y sin embargo, ellos le quemaron la casa y los recuerdos de cemento. Ellos prendieron fuego al que había sido el hogar de los amantes. "Si no era de ellos, no era de nadie", concluye Gonzalo.

MARICÓN Y VIUDO 

"No entiendo el miedo que tiene la gente con normalizar la palabra maricón. Yo lo soy, y no es necesario malinterpretar el lenguaje", cuenta Gonzalo sonriendo con la boca ancha.

Gonzalo tuvo que lidiar mil y una veces con distintas entidades y autoridades, para mostrar la validez y verdad de su matrimonio. El sí quiero en firma, se convirtió casi en una carta de visita. Qué daño les hizo la política, el contexto, la vida. Y fue esta última quien llevó a Gonzalo al punto en el que se encuentra en la actualidad.

"Fue muy duro, hubo muchas cosas innecesarias, fueron unos cafres. Pero me enseñaron, crearon un monstruo legal".

AHORA ES

Gonzalo se seca el último atisbo de lágrimas con la manga de la camisa blanca impoluta que lleva. Tras todo esto, decidió mudarse a Sevilla, para evadir el pasado y ganarle el pulso a su vida presente.

Así empezó su lucha. Batallaba con el fin de lograr la instauración y el respeto de los derechos básicos de la humanidad. Además de ensalzarse junto a trabajadores para lograr el estado de bienestar del mundo laboral, Gonzalo se metió de lleno en la causa del colectivo LGTBI; no por sanar su memoria, no por honrar a Juan Carlos, sino por liberar a todos aquellos que tienen miedo. Tender la mano, y ayudarles a salir de sus propias jaulas, convencerlos de volar.

FIN Y COMIENZO

"Me moriré con una bandera arcoiris. Y mi objetivo no es otro que la disolución de ARCOIRIS y de todas aquellas asociaciones que nos encargamos de educar y formar en la libertad del amor. Sí, quiero que se disuelvan todas de aquí a unos años, porque significará que el amor vence y prevalece".

Gonzalo se levanta, se atusa la perilla y abre el álbum que contiene las fotos de su marido. Sonríe y suspira, tranquilo.

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