Espadas, tras año y medio sin noticias al respecto, ha reactivado la redacción del Plan Estratégico Sevilla 2030 con el objetivo de “dibujar entre todos qué es lo que queremos ser y hacer”. Tras los precedentes de los planes anteriores (2010 y 2020) hay que preguntarse si estos textos sirven realmente para algo o equivalen a una carta a los Reyes Magos.
El primer Plan Estratégico conocido surgió como una copia institucional de las planificaciones estratégicas que hacían las grandes empresas norteamericanas, y por una necesidad: lo encargó el Ayuntamiento de San Francisco en 1982 a Andersen Consulting para que le dijera cómo relanzar la actividad económica de la ciudad, y de paso los ingresos municipales, tras los recortes al gasto público impuestos por la Administración de Ronald Reagan. Salvando las distancias, podría decirse que fue una situación parecida a la de España un cuarto de siglo después con la ley de Estabilidad Presupuestaria de Montoro para reducir el déficit a base de recortes al gasto público.
Barcelona, siempre atenta a los Estados Unidos, copió la iniciativa en 1988, y como en España se suele imitar a la capital catalana, en pocos años se anunciaron medio centenar de planes estratégicos, de todo tipo: municipales, metropolitanos, comarcales… Hasta hubo uno para el Bajo Guadalquivir y otro para la Sierra Sur.
Frente al PGOU
Situémonos en 1999. Rojas Marcos (PA) no renueva la coalición de gobierno que mantenía desde hacía ocho años con Soledad Becerril (PA) y entrega la Alcaldía a Monteseirín (PSOE) previo pacto programático negociado en su casa cara a cara con Chaves y cuyo punto principal es el compromiso de la Junta de Andalucía de reanudar las obras de la línea 1 del Metro. En virtud de aquel acuerdo, el PA se quedó con las delegaciones municipales de mayor poder inversor, con la de Urbanismo y la Gerencia a la cabeza, claves para redefinir el futuro con la redacción de un nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) que sustituyera al previo a la Expo-92 y que se aprobó finalmente en 2006.
Para tratar de aparentar un poder que realmente no tenía, el PSOE imitó a Barcelona, Málaga (también iba por delante) y Valencia con el anuncio de un Plan Estratégico (octubre del año 2000) que presentar como el que marcara desde la Alcaldía las directrices sobre la ciudad en lugar del PGOU que preparaban los andalucistas desde las caracolas de la isla de la Cartuja.
Y es que a diferencia del PGOU, el Plan Estratégico no tiene poder normativo ni se puede financiar con cargo a convenios urbanísticos, por lo que se limita a expresar genéricas líneas de actuación, principalmente socioeconómicas, y en este caso con un lenguaje tecnocrático.
Prospectiva
Frente a los arquitectos de la Gerencia y del PGOU, el Plan Estratégico se convirtió en reducto de geógrafos, con el valido del alcalde, Manuel Marchena, al frente. Este, en su presentación, dijo que el objetivo era realizar “una reflexión sobre la ciudad, un ejercicio de prospectiva acerca de sus opciones y posibilidades”, y que entre los retos a los que debía dar respuesta estaban el Metro (se apropiaba del logro de Rojas Marcos), el futuro olímpico (carrera abandonada tras tres fracasos consecutivos) y la articulación del área metropolitana, otra meta incumplida, ya que Espadas sigue hablando de lo mismo dieciocho años después.
El gobierno de Monteseirín, y máxime tras librarse del PA y coligarse con IU en los siguientes dos mandatos, convirtió el Plan Estratégico en un cajón de sastre con vasos comunicantes con el PGOU, donde podía caber cualquier cosa para atribuirse su paternidad.
Así, por ejemplo, en el balance final en 2010 se dice que se incluyó el objetivo del Metro “a pesar de que desde diversos sectores de la ciudadanía aconsejaban no incluirlo por haber fracasado el proyecto en no pocas ocasiones y por ello podía afectar la credibilidad del propio Plan Estratégico”, cuando era al revés: se incluyó porque se había anunciado públicamente como condición “sine qua non” para el apoyo del PA a la investidura de Monteseirín como alcalde y tras su paralización bajo el mandato de Del Valle en 1984, y la opinión pública sevillana no habría admitido una nueva frustración.
Y no hay que olvidar que en el periodo abarcado por el primer Plan Estratégico, gracias al boom inmobiliario la corporación PSOE-IU tuvo la mayor capacidad inversora de la reciente historia de Sevilla: cuatro veces más que las corporaciones anteriores de PP-PA.
Tecnocracia
El lenguaje tecnocrático que se usa es genérico y bien intencionado para que las metas puedan ser compartidas por la inmensa mayoría y se pueda hablar de un alto grado de ejecución de las líneas estratégicas y proyectos siempre que no se entre a analizar en detalle.
Por ejemplo, la primera línea consistía en convertir Sevilla en nodo para promover el progreso humano. ¿Quién no iba a estar de acuerdo con esta declaración de intenciones? En este capítulo, lo mismo cabía impulsar la construcción del Metro que transformar la ciudad en nodo entre Oriente y Occidente y en una Factoría Cultural, amén de crear el Foro Metropolitano de Concertación de Políticas y Proyectos Estratégicos.
Otra línea que cualquiera suscribiría consistía en la modernización de la base productiva y el empleo, aunque ocho años después aún tenemos casi 72.000 parados. En este capítulo se hablaba de remodelar y crear nuevos parques empresariales y polígonos industriales; del centro histórico enclave @ (sic); desarrollar redes RICO; desarrollo aeronáutico y gestión integral del turismo. La tercera parece la aplicación a Sevilla de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: convertirla en la ciudad de la convivencia y el desarrollo social educativo incrementando la participación ciudadana, con el proyecto integral Polígono Sur y la ciudad espacio educativo. La cuarta línea, hacer de Sevilla una ciudad sostenible de alta calidad ambiental potenciando el ahorro de agua y la energía solar y promoviendo la arquitectura sostenible y el uso del transporte colectivo y la bici o ir a pie.
Y vamos a la quinta, en otro ejemplo de retórica tecnocrática: ciudad policéntrica que se expresa en sus barrios, un objetivo que debía lograrse mediante la creación de centros de tramitación administrativa municipal y de espacios artísticos, lúdicos y culturales.
La realidad
Si descendemos a los detalles, se observa que bastantes de los proyectos enumerados, por magníficos que fueran, no dependían de la ciudad, no había recursos para acometerlos o se gastaron en otra cosa (como los 138 millones de euros en las Setas de la Encarnación). Por ejemplo, optimizar las redes de autovías y disponer de velocidad alta entre las ciudades de Andalucía, Sur de Portugal y Extremadura; interconectar Sevilla con la Costa del Sol por ferrocarril y carretera; conexión del aeropuerto con la red de alta velocidad; proyecto centro logístico del Atlántico y del Mediterráneo; nuevas líneas de Cercanías; hacer de Sevilla un Distrito Financiero del Mediterráneo, y etcétera, etcétera.
Sobre todos estos bienintencionados deseos versó el primer Plan Estratégico y ahora el gobierno de Espadas se dispone a darle una nueva vuelta a la noria pensando en 2030, en un mundo cada vez más impredecible como el actual, donde grandes empresas punteras hasta hace sólo unos años han desaparecido o ya carecen de importancia, como Kodak, Enron, Nokia, Pan Am, Olivetti, Lehman Brothers, Blockbuster…
¿Tiene sentido? ¿Se puede planificar el futuro cuando en gran medida no depende de nosotros? ¿Qué hacer si no?
Reflexión
Recordemos el artículo que en marzo de 2016 publicó en la Tribuna de Viva Sevilla el catedrático de Economía Manuel Alejandro Cardenete titulado ‘¿Políticas de empleo municipales?’ y en el que, entre otras cosas, decía lo siguiente:
“Desde el Ayuntamiento se vuelve a sacar a la palestra la elaboración de un Plan Estratégico y un Plan de Empleo Municipal. Perfecto, pero ¿con qué instrumentos de política económica? En los manuales de primero de Económicas, ya aparece claramente explicado cuáles son las políticas económicas. A saber. Políticas de demanda agregada, que comprenden las políticas fiscales, monetarias y comerciales, y las políticas de oferta agregada, que comprenden las de rentas y las estructurales.
Pues bien, ¿cuál de éstas son competencia de los ayuntamientos? Pues ninguna. O casi. De las de demanda agregada, sólo hay una leve competencia en materia fiscal con los tributos municipales, pero poco empleo genera esto. En todo caso, y desde el punto de vista del gasto, sí podría generarse algo, pero no es más que puestos de trabajo públicos que no son sostenibles en el tiempo.
Las otras dos políticas, nada de nada. ¿Y de las de oferta? Pues poco que decir. De las de rentas, algo puede hacer un ayuntamiento con alguna ayuda social y poco más. Y de las estructurales, casi no tiene competencia para cambiar reglamentación directamente implicada con el mercado laboral.
Entonces, ¿qué puede hacer un ayuntamiento? Pues sentar las bases para que una economía local funcione. Que los servicios públicos sean efectivos y eficientes, que la administración local facilite la creación de empresas y negocios -y sobre todo que no ponga trabas- que el ayuntamiento haga de gran aglutinador de proyectos y que atraiga el enclave y localización de empresas y apuestas por sectores productivos que generen valor añadido productivo y empleo. Pero que no se pierda el norte. El empleo lo generan las empresas. Lo demás, es querer engañar al ciudadano y encima gastar del erario público que anda encima escaso“.
El mejor Plan Estratégico es que Sevilla funcione.