Poco importa si han sido quince años sin pisar un escenario, porque podrían haber sido veinte o treinta y Cohen no habría perdido la voz de viejo que le ha caracterizado desde su debut, allá por 1967, ni tampoco esa personal capacidad para estremecer a sus audiencias.
Da igual si regresó porque su agente le estafó 8,5 millones de dólares, dejándole vacío un bolsillo que le obligó a retomar la actividad que había abandonado en 1993.
Leonard Cohen no ha vuelto para arrastrase, ni mucho menos, ya que su indudable calidad artística ha resistido de forma inmejorable el paso del tiempo.
La velada comenzó al ritmo que proponían los acordes de la irónica balada Dance me to the end of love, que arrancó los aplausos de un público entregado ante el porte caballeresco del cantautor y poeta.
El aire más canalla inundó el patio de butacas con los deliciosos coros de Sharon Robinson y las hermanas Charley y Hattie Webb en There ain’t no cure for love, y con los destellos de blues y country que ofreció Bird on the wire.