El 4 de diciembre de 1980, el presidente Rafael Escuredo nos citó a los ponentes designados por los partidos políticos para redactar el proyecto de Estatuto de Autonomía para Andalucía. Y tras un breve periodo en el que el representante del Partido Andalucista fue el profesor Rafael Yllescas, muy pronto le sustituyó el abogado Juan Carlos Aguilar, cuyo reciente fallecimiento motiva estas breves reflexiones.
Por mucho que esté en la lógica natural, resulta difícil asumir que nunca más podremos reunirnos los siete ponentes que compartimos la hermosa tarea de redactar un texto inédito que, sabíamos, había de regir un periodo histórico para los andaluces, el autogobierno de Andalucía.
Es cierto que todos compartíamos el mandato y la convicción de que debíamos buscar el texto que mejor sirviera para regir la autonomía política de Andalucía. Pero detrás de ese espíritu común tuvimos la suerte de que la valía personal y jurídica de los compañeros hizo de aquel trabajo no solo una experiencia de alto valor, sino que también nos permitió sellar una amistad que se ha mantenido hasta hoy en que despedimos a Juan Carlos. Como ya hicimos al fallecimiento de Pedro Luis Serrera, tan recordado siempre.
Aguilar era un nacionalista de convicción muy alejado de la fanfarria y exageraciones. Era de una sobriedad expresiva y analítica que permitía compartir espacios conceptuales y limitar la discrepancia a un corto (aunque importante) número de cuestiones esenciales en los que sabíamos (él incluido) que no era posible el acuerdo. Lo daba por hecho aunque dejaba constancia respetuosa pero firme de sus ideas y los fundamentos principiales de sus formulaciones.
La calidad jurídica de los ponentes (con la excepción del que esto escribe), el método sistemático que empleamos y las convicciones no se pusieron al servicio de estratagemas políticas, ni nadie ejerció el ventajismo que ahora campa sin control en la vida política española. Es más, Juan Carlos y yo sabíamos que cuando el estatuto permitiera la celebración de las primeras elecciones autonómicas nuestros partidos iban a sufrir un resultado adverso, como así sucedió.
Pese a este convencimiento nadie practicó ninguna maniobra dilatoria. Era muy fácil meter astillas dialécticas y pretensiones maximalistas que habrían impedido avanzar en el texto que, al final, se remitió a la Asamblea de Parlamentarios andaluces.
Ni el golpe de estado del 23-F-81, cinco días antes de la fecha fijada para aprobar el borrador de Estatuto en Córdoba, frenó su celebración. Nadie rebajó sus pretensiones pero nadie intentó aprovechar la conmoción en la que vivía la sociedad española y andaluza para sus propios intereses.
Juan Carlos Aguilar asumió desde ese tiempo que el andalucismo que profesaba no iba a ser determinante en la política andaluza y se apartó de la primera línea de su partido como hicieron otros de sus dirigentes históricos. Tuve siempre la impresión de que su nacionalismo estaba más vinculado a razones funcionales que a planteamientos supremacistas excluyentes. Siempre pensé que todos habíamos bebido de las ideas de Proudhom, cuyo “principio federativo” constituía la base científica del federalismo tal como fue desarrollado por la dogmática y los constitucionalistas europeos.
Pese a nuestra lejanía de la política activa, la inquietud política es indisociable de nuestras trayectorias vitales. No es buena idea dar consejos que no se han pedido pero la pérdida de Juan Carlos Aguilar la ahonda saber que no podrá acudirse a sus ideas y su ejemplo en momentos como el actual en los que tan faltos estamos. Nos queda el recuerdo