Si han experimentado en alguna ocasión la sensación de absoluta adicción a cualquier serie en concreto; si saben lo que es pasarse varias horas sentado delante de una pantalla para ver el desarrollo de un capítulo tras otro, incapaces de desconectar; si son de los que consideran algunas series como una película de ocho horas que es necesario ver de un tirón; si saben de lo que les estoy hablando, Mindhunter no es su serie. O sí lo es, porque se merece estar entre las mejores, pero dudo que puedan llegar a encadenar más de dos episodios seguidos.
Creada por Joe Penhall, su argumento está basado en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit, de Mark Olshaker y John E. Douglas, que recopila las investigaciones realizadas por un departamento del FBI dedicado al estudio de algunos de los asesinos en serie más sanguinarios y macabros de la década de los setenta, a partir de las entrevistas personales realizadas con cada uno de ellos en prisión. Penhall demuestra su experimentada trayectoria como guionista y adaptador (La carretera), pero la serie lleva, por encima de todo, el sello de uno de sus productores y directores, David Fincher (Seven, Perdida), que ha vuelto a marcar un nuevo hito dentro del mundo de la televisión con este trabajo tras House of cards.
Fincher -al frente de siete de los episodios- ha impreso con su narración, que remite a la lograda en su sensacional Zodiac en la segunda temporada, una intensidad atosigante dentro de esta aproximación científica al universo de los asesinos en serie mediante una sucesión de relatos en torno a la obsesión y a la desviación que tienen como punto de partida los casos de criminales como Ed Kemper, Charles Manson, Dennis Rader, Jerry Brudos o Montie Rissell, pero que alcanza igualmente a las vidas de los protagonistas de la serie, principalmente los agentes interpretados de forma magistral por Jonathan Groff y Holt McCallany.
La dosis de naturalidad tan brutal con la que se describe cada uno de los casos, y sólo a través de los diálogos, es suficiente para sobrepasar la capacidad de aguante ante el que no deja de ser un brillante, delicado y rotundo ejercicio de cine llevado a la televisión.