El tiempo en: Aljarafe
Lunes 18/11/2024
 

Jerez

Jesús Herraiz, el residente de Jerez que donó su plasma

El joven de 27 años ha pasado la pandemia trabajando en el Puerta de Hierro donde ha participado en un ensayo clínico para tratar el Covid-19

Publicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Cargando el reproductor....

El Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda está pendiente de los resultados de un ensayo clínico controlado que ha realizado para estudiar la eficacia y seguridad del plasma procedente de pacientes curados de la infección por SARS-CoV-2 (Plasma hiperinmune) en el tratamiento de personas hospitalizadas en fase aguda de la enfermedad Covid-19 (Estudio ConPlas-19). Entre los facultativos que forman parte del equipo investigador está el doctor jerezano José Luis Bueno Cabrera, responsable del Servicio de Transfusión y Hemoterapia No Transfusional del HUPHM. Nacido en Jerez, donde pasó su infancia, se fue a vivir a Canarias con la familia, pero fue gracias a esa vinculación con la tierra y a una compañera hematóloga, por la que su paisano Jesús Herraiz, jerezano de 27 años y en su cuarto año  como residente en Medicina General Hospitalaria en el Hospital Puerta del Hierro, participó en el ensayo como paciente donando su plasma.

“Hemos hablado algunas veces de Jerez y de los recuerdos que tiene”, señala a Viva Jerez.  Ese estudio se realizó prácticamente en plena crisis sanitaria por el coronavirus. “Nos lo ofrecieron y nos hicieron una serie de pruebas. Eran las primeras tandas de serología en Medicina Interna, que ahora se han generalizado, y a mí y a los compañeros de piso (también médicos) nos salió que ya lo habíamos pasado”, señala.

 Ese resultado positivo confirmaba que Jesús, que en su caso era asintomático porque no llegó a notar nada, ya había generado anticuerpos. Cumplía por tanto uno de los condicionantes, mientras que también se requería de casos de enfermos con Covid-19 que llevasen menos de diez días infectados y necesitasen oxígeno. Como él tenía pacientes a su cargo, al final tomó parte en esta experiencia doblemente “como paciente y como médico”, pues como facultativo administró plasma a sus pacientes. “Sólo lo donamos sanitarios del hospital en los que estuviese demostrado que hubiéramos pasado la enfermedad”, detalla.

No le da demasiado importancia a este gesto, pero reconoce que es gratificante apoyar un estudio preliminar de este calibre del que todavía tienen que certificarse la eficacia de los resultados. “Es como donar sangre aunque se tarda un poco más; te sientes bien, porque a ti no te cuesta nada. Te enchufan a una máquina, se tarda más que donar sangre, te ponen la aguja y un catéter para sacarte la sangre y la separan entre la parte que tiene los anticuerpos -donde está el plasma hiperinmune- y el resto: la parte de los anticuerpos se la queda la máquina y, la tuya, te la devuelve. Por la máquina pasa litro y medio de sangre”, explica. Aunque esta donación, que se prolongó hora y cuarto, puede causar bajada de calcio en la sangre y contracturas, en su caso “no tuve problema”. Herraiz narra su experiencia a este periódico a tan sólo a unas horas de volver a la ciudad para estar con su familia, a la que no ve desde el pasado 28 de febrero.

A los pocos días de volver a Madrid, donde reside desde hace cuatro años para hacer la especialidad de Medicina General Hospitalaria en el Hospital Puerta de Hierro, comenzó el despunte de pacientes por una pandemia que ahora ve lejana y casi le parece mentira. “Es como su hubiera sido una especie de espejismo”, reconoce. Su relato evidencia el papel tan importante que han jugado los médicos residentes en la crisis sanitaria. “Ha puesto a la luz que el sistema sanitario está bastante sostenido por los residentes, pero ahora ha salido más a la luz”, indica.

Pese al vértigo inicial, Jesús acabó “normalizando” una responsabilidad en primera línea contra el Covid-19 que igualó a todos, independientemente de la especialidad y del rango por la dureza del virus. “Cuando el Covid se hizo pandemia y despuntó nos encontramos con 620 ingresados. Tuvimos suerte porque pudimos doblar las habitaciones, lo cual nos ayudó a llevar mejor la crisis que el resto de hospitales de Madrid”.

Mientras su hospital se iba transformando en módulos Covid, a él y al resto de residentes a partir del tercer año le tocaba desempeñar el papel de médico adjunto debido a la poca disponibilidad de médicos, y les asignaron a pacientes. La presión le duró la primera tarde de trabajo y de guardia. A partir de ahí acabó “normalizando”  una experiencia de tacha de “barbaridad” y “brutal”, y que hubiera llevado mucho mejor de no ser por el “drama” de las vidas que ha arrastrado.  “Es una experiencia única, en el sentido médico e intelectual, enfrentarte a una enfermedad desconocida que de no haber sido tan dramática hubiera sido apasionante por tener el drama asociado y habernos sobrepasado de la manera que lo ha hecho”, advierte.

“La primera tarde que me asignaron pacientes pensé que no íbamos poder abarcar ese ritmo. Era una brutalidad. Pero ya luego te acostumbras un poco. Se hizo un protocolo y para Medicina Interna trabajaban todos: cardiólogos, digestivos, dermatólogos...eso hizo que cubriéramos los más de 600 pacientes. Era un poco frustrante, porque no teníamos información y te enfrentabas a algo que no conocías”. A ello se sumaba el reto de asumir una responsabilidad “a la que no estabas acostumbrado” y con médicos y pacientes a su cargo. En cualquier caso, no había mucho tiempo de reflexionar ni planteárselo, pues casi de manera mecánica todos tenían claro que tenían que tirar para adelante. Ahora sólo les queda un caso, lo cual parece casi mentira y el recuerdo de haber luchado contra la pandemia empieza a ser casi un mal sueño que todos tardaremos en olvidar.

“Apurábamos para aguantar al paciente sin subir a la UCI”

“Las primeras semanas fueron las más duras, apurábamos mucho para que los pacientes aguantaran sin subir a la UCI y que en otras circunstancias tendrían tendrían que subir. Teníamos que intentar como fuera que aguantaran con el máximo aporte de oxígeno en planta, durmiendo boca abajo, sin comer y sin moverse, porque si se movían les bajaba la saturación en sangre”, señala el jerezano, que por fin ha podido reencontrarse con los suyos.  

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN