Loli tiene 66 años y lleva tres semanas confinada en una habitación de su casa tras dar positivo en coronavirus. Pese a que ella y su marido han sido prudentes y han preferido quedarse en Jerez y no irse de viaje este verano para exponerse al virus lo menos posible, posponiendo tradiciones como irse a comer a Sanlúcar y evitando también frecuentar un conocido bar de su barrio al que acuden mucho a cenar, al final se ha contagiado de la forma que menos podía imaginar.
“Ha sido muy mala suerte”, cuenta al otro lado del teléfono a este medio en una conversación en la que a veces tiene que detenerse “porque ahora el bicho se me ha ido para la garganta”, lo que le provoca que en la tarde-noche se quede afónica y ha pospuesto una semana más su encierro. No sabe exactamente cómo fue, pero todo comenzó la primera semana de septiembre, cuando una de sus mejores amigas, con la que desayuna todos los fines de semana con sus respectivos maridos, la avisó para decirle que no iban a bajar porque su hija había dado positivo y se iban a hacer las pruebas PCR.
Cuando tuvo los resultados, le llamó de nuevo para decirle que era positivo. Al principio, Loli no se alarmó demasiado, porque “no tenía síntomas”, pero todo se torció a las pocas horas. Llamó a Salud Responde por ser contacto estrecho para hacerse la PCR con su marido y “estaba estupendamente”, pero aún así le indicaron que se confinara por prevención y le dieron cita para hacerse la prueba al día siguiente.
Esa noche empezó a sentirse mal y le dio fiebre; se tomó un paracetamol, pero el malestar continuó. “Fui malísima a hacerme las pruebas a las cinco de la tarde, pero aún así yo estaba en que sí pero no”. A las 48 horas le confirmaron que era positivo. “Fue como un jarro de agua fría”, señala. No podía parar de llorar.
Como su marido dio negativo, tuvo que aislarse 15 días en su habitación, un encierro que todavía hoy continúa y ya dura tres semanas a la espera de la PCR que se haga este lunes, aparte de otra prueba. En ese momento, más que confinarse, lo que más le preocupaba era haber contagiado a su hija, sus dos nietos pequeños o a su yerno. Por ello, cuando le dijeron que los cuatro eran negativos, “yo no podía dejar de llorar y llorar de alegría”.
Lo peor fue esa incertidumbre y los “bajones” de la primera semana, de los que intentaba no alarmar ni a su marido ni a los suyos. “Tengo el baño en mi habitación, pero los primeros días parecía que me iba a caer. Me dormía, miraba un poco el móvil, estaba muy tontorrona, con fiebre y sudando mucho, me daban muchos bajones. He llorado mucho porque tenía muchos miedos, no a la muerte, porque yo siempre digo que tengo la maleta hecha, sino a no saber qué pasará, y ha habido situaciones en la noche en la que me he sentido nerviosa, agobiada. Llevo toda la vida con mi marido y estamos acostumbrados a separarnos para nada”.
Loli (66 años): “Voy como encogida por la casa, sin tocar nada”
Cada día, él le dejaba el desayuno, el almuerzo y la cena delante de la puerta. Luego lo fregaba todo con lejía y aparte. La segunda semana siguió con problemas de mucosidad y empezó a sentarse en una butaca delante de la ventana de la habitación para pasar las horas muertas y por donde ha podido ver a sus nietos y a su hija.
Desde hace varios días, tras consultarlo con su doctora, ya sale fuera de su cuarto, con mascarilla “y sin tocar nada” para andar un poco y se sienta a comer con su marido “en la otra esquina de la mesa”. “Voy como encogida por la casa, con temores y con el miedo de no tocar nada, doy una vuelta por mi casa y me vuelvo a meter en mi dormitorio”.
Ver sentado en el umbral de la puerta a su esposo también es su mejor terapia desde hace también pocos días. “Aunque lo vea de lejos, sentado, me da tranquilidad”. A él también. Tampoco lo está pasando bien. Como ocurre con casi todos los testimonios que narramos en este reportaje la estigmatización social está muy ligada tanto a los que se contagian como a su círculo más estrecho.
“Le puede pasar a cualquiera, pero lo lleva regular. Nuestros vecinos son inmejorables, pero cuando se enteraron llamaron al administrador y le consultaron a mi marido si podían poner un cartel para que se extremaran las precauciones para el tema de los pomos de la puerta y se fumigara el edificio. Lo pasa mal cuando ha empezado a salir, porque nota que los más allegados lo evitan, le dan los buenos días y, de momento, desaparecen. Afortunadamente, ya todo va mejor”, explica. Ahora lo que más desea en el mundo Loli es que este lunes le den el alta y poder dar un paseo con su marido. Para ver a sus nietos prefiere esperar todavía unos días.
Diana (23 años): “Pretendían que nos quedáramos los 20 aislados en el chiringuito una semana”
Para Diana, de 23 años, los principales enemigos de su aislamiento, que terminó hace varias semanas, fueron la ansiedad y el agobio de no ir más allá de las cuatro paredes de su dormitorio día y noche durante dos semanas. “Para mí fue horrible, fue peor el encierro que el propio virus porque padezco un poco de ansiedad y se agravó bastante”, relata. En su caso era asintomática, y el coronavirus apenas se manifestó un par de días con dolores de cabeza, musculares y malestar general. “Fue como una gripe”, señala. Han sido peor las secuelas, pues sigue sin recuperar el olor y el gusto, y aún tiene dolores en el pecho y la espalda. “Me asfixio con nada, noto que la capacidad pulmonar no está como antes del Covid. Esto no te abandona tan fácilmente”.
El teletrabajo le hizo más llevadero el confinamiento y de vez en cuanto ver a sus amigos por la ventana, aunque tampoco olvida la psicosis inicial que vivieron ellas y sus compañeros de un chiringuito de El Palmar donde trabajaba. Allí se contagió, pero no sabe exactamente cómo. “Una compañera dio positivo, fue en la segunda quincena de agosto, entonces se decidió el cierre del bar para hacernos todos las pruebas”. En total, con ella salieron seis positivos. Lo peor de todo, más que el dar positivo, fue cómo empezaron a desarrollarse los acontecimientos. “Nos dieron cita para hacernos la PCR a la semana y pretendían que en esa semana nos quedáramos allí en el chiringuito los 20; de hecho nos quedamos una noche”.
Tras mover cielo y tierra, pudieron solucionarlo y adelantar las pruebas para volver a casa. Allí comenzaba otra odisea, ya que vive con su madre y su abuela, con lo que había que extremar las precauciones. “Me dejaban la comida en vasos y platos de plástico en la puerta y no salía salvo para ducharme e ir al baño y con mascarillas y guantes”.
En su caso, pilló el virus trabajando en un bar, pero tampoco está de acuerdo con la criminalización que entiende que están sufriendo muchos jóvenes de su edad, sobre los que se tiende a generalizar a la hora de hablar sobre su imprudencia ante el Covid-19. “Yo estaba trabajando en un chiringuito, sabía que era una ruleta rusa, pero he atendido y he puesto café hasta a gente mayor, y en la Aldea del Rocío están todas las casas llenas los fines de semana; no todo ha sido por el ocio nocturno; los mayores se saltan las normas y se siguen reuniendo”.
Su vuelta a la vida “normal” ha sido complicada. “Es que no me hicieron otra PCR y no entendía muy bien cómo ayer era supercontagiosa y hoy no lo era, así que en la calle no me quería acercar demasiado a la gente”.
Lili (41 años) dio positivo en cuatro PCR: “Me sentía muy impotente porque mi cuerpo estaba bien”
El pasado viernes fue el primer día de “libertad” de Lili, de 41 años, tras 35 días confinada en la habitación de la casa en la que vive con su pareja tras dar positivo. No sabe si se contagió en su grupo de entrenamiento, en el que una chica dio positivo, o en un almuerzo familiar en un restaurante donde dieron positivo varios camareros. El caso es que ha pasado todo septiembre aislada y sin síntomas, pues no han ido más allá del catarro inicial por el que sospecharon y se hizo las pruebas, en unas jornadas maratonianas en las que intentaba zafarse del aburrimiento haciendo deporte dos horas y viendo series. Lo peor también fueron los primeros días y el “cargo de conciencia” que sentía por si se lo había pegado a algunos de sus familiares.
Afortunadamente no ocurrió y al final su principal enemigo ha sido el tiempo y seguir dando positivo hasta en cuatro PCR. “Ha sido todo más emocional. Me seguía saliendo que tenía carga vírica; me sentía muy impotente porque mi cuerpo estaba bien. Ayer (por el pasado viernes) cuando salí por la puerta del bloque por primera vez sentía como si estuviera haciendo algo malo”.
Cuando confinan a la clase de tu hijo: “Estaba mentalizada de que podía pasar”
El pasado lunes Patricia recibía una llamada del colegio de su hijo, de nueve años, para que fuera a recogerlo porque un compañero había dado positivo. Lo pasó mal en ese momento “porque me asusté por la urgencia” y cuando lo vi a él inquieto y vomitando al someterse a la PCR. “Es muy miedoso y lo pasó regular”. Dio negativo, pero tendrá que aislarse 10 días. “Estaba mentalizada de que podía pasar”, añade. Ella y su marido han tenido que seguir trabajando y su hijo está aislado con sus abuelos y haciendo los deberes online.