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Patio de monipodio

Como decimos en mi pueblo

La obsesión por hacerse creer dueños de un léxico propio, lleva al vicio de suponer exclusivas palabras y giros del lenguaje que, sin embargo, son plenamente...

Publicado: 20/12/2020 ·
13:04
· Actualizado: 20/12/2020 · 13:04
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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La obsesión por hacerse creer dueños de un léxico propio, lleva al vicio de suponer exclusivas palabras y giros del lenguaje que, sin embargo, son plenamente generalizados. De ahí tantos libros sobre el habla de tal o cual localidad, cuyos autores ni siquiera se han molestado en contrastar con los de las otras seiscientas ochenta localidades, solamente en Andalucía. De ahí, también, tantos “decimos en…”, “como decimos en…”, evacuados más que exclamados, sin miedo al ridículo.


Los hay peores. Todo empezó con un lamentable agravio comparativo y los agravios son peligrosos por opinables. Según los partidos que en la transición decían ser de izquierda y algunos de los que reconocían ser de derechas, algunas regiones de la línea Cantábrico-Pirineos tenían derecho a ser autónomas porque poseían un idioma propio. Luego fueron apareciendo más: el “bable” palabra simplemente traducción literal del castellano “habla”, el aragonés o el mallorquí o el valenciano, formas de expresión del catalán, estos últimos. Pero antes de estas apariciones aparecieron pescadores andaluces.


Se dice que repetir una mentira termina haciéndola parecer verdad. Y debe ser verdad. Porque lejos de buscar en las raíces, unos, los versados, se aferraron como ostras a un casco de barco, a re-afianzar el carácter castellano del idioma actual y, por tanto, relegaban el andaluz a montón de los dialectos. O, sencillamente, a lo mal hablado, barbaridad defendida por no versados, entre ellos comunicadores, escuela, vulgo y algunos de los versados, que ya dejaban ver su mala versación.


Ahí se colaron la “K” para aposentarse en el lugar de la “C”, o la “X”, en indecente traslación apologética del euskera, ó diez vocales nuevas, diferenciadas con acentos y diéresis, para complicar lo que se empobrecía desde los cambios y supresión de consonantes y de palabras. Estos fueron los supuestos “descubridores” -inventores, cabría decir mejor- de un idioma nuevo: un “andaluz” trasunto de una pronunciación de interpretación libre, según cada intérprete. No menos de diez propuestas distintas de “ekkritura de lo andalú” hay para elegir modelo en este momento. Y en medio de este desajuste, hay quien reclama una “Academia de la lengua andaluza”. No obstante algunos se llaman licenciados. Como si no hubieran en Andalucía problemas para ocupar el tiempo. Ignorantes, por lo visto, que cambiar una letra por otra es empobrecer, no investigar consideran justificado su escaso interés en los verdaderos problemas con el recurso fácil a la invención de un idioma. Ignorantes, también, de que fue Alfonso X quien adoptó el romance andaluz por ser más avanzado y flexible y se le dio el nombre de “castellano” como idioma del reino de Castilla. Lo de San Millán es otro cuento, tanto o más que el del “apóstol” o el sacrificio de las doncellas.


Si el agravio comparativo es peligroso, más lo es.

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