Pasó meses aislado por una neumonía de la que no se sabía prácticamente nada, no pudo ver a su hija en medio año y su empresa se vio obligada a cerrar. Dominic Zhang, un ingeniero de 35 años, no olvida los episodios más traumáticos vividos hace ahora un año en Wuhan, ni las secuelas que han dejado.
Cuando surgieron los primeros casos, Zhang no pudo evitar relacionar la "rara neumonía" con el estallido en 2003 del primer coronavirus mortal, el SARS, que lo sorprendió en Pekín.
Pero el coronavirus de 2003 era más virulento, y también más fácil de detectar: "Nadie podía imaginarse una pandemia (en 2020). Pensábamos que en unos meses estaría controlado", relata.
En aquellos primeros días de enero del año pasado, Zhang, al igual que el resto de los residentes de la ciudad -11 millones-, todavía hacía vida con "completa normalidad".
Cuando les aconsejaron que no salieran de sus casas ya era demasiado tarde: "Para entonces ya me había contagiado. Uno tras otro, todos mis familiares contrajeron la covid", recuerda.
Su suegro cayó en coma y falleció, mientras que él, el último de la familia en presentar síntomas, fue aislado junto a 800 personas en una de las unidades de cuidados intensivos que se improvisaron en pabellones y centros de convenciones de Wuhan.
En aquel momento era muy difícil que los hospitales recibieran a pacientes y lo habitual era pasar por varios centros: "Mi suegro estuvo en un hospital, mi suegra en otro, mi mujer en un tercero y yo, después del pabellón, en un cuarto. Pude mandar a mi hija con sus abuelos y eso la mantuvo a salvo de la covid", rememora.
"NADIE SABÍA CÓMO REACCIONAR"
Los médicos no tenían claro qué tratamiento era el más adecuado para combatir la enfermedad, y a Zhang le suministraron uno diferente en cada lugar al que le enviaban.
"Sólo pensaba en cómo me iba a curar, si el doctor estaba haciendo lo correcto o si me moriría allí mismo", narra.
Finalmente superó la covid, pero pese a que los síntomas -fiebre, taquicardia- cedieron, él seguía dando positivo: "En marzo ya no tenía síntomas pero, según las pruebas, estaba contagiado. Tuve que esperar un mes hasta que pude volver a casa. En total, pasé un mes en el pabellón, un mes en el hospital y un mes en cuarentena".
Para salir del hoyo, la ciudad -donde perecieron 3.869 de los 4.634 fallecidos por la covid en toda China, según las cifras oficiales-, se vio sometida a un duro confinamiento que se mezcló con el miedo a la falta de información y de suministros y el propio desconocimiento del coronavirus.
Fue la primera gran cuarentena de la pandemia: comenzó el 23 de enero de 2020 y se empezó a levantar a partir del 8 de abril, lo que entonces provocó sorpresa y sospechas en buena parte del planeta.
"Pero fue una de las claves. Cambiaron a las autoridades locales y todo comenzó a ir más deprisa. Antes había que esperar para ir al hospital si tenías síntomas y nadie sabía lo que estaba pasando o cómo reaccionar. Nadie decidía nada. La verdad es que estábamos desesperados", señala.
Al margen del confinamiento, Wuhan revertió la situación gracias a fuertes medidas de prevención, la llegada de personal y material de otras provincias o la construcción exprés de hospitales.
Poco a poco, la curva de nuevos casos se fue aplanando y las imágenes de la normalidad en Wuhan provocaron, desde el pasado verano, incredulidad, celos y admiración en el resto del mundo.
"Quizá en otros países las cosas se han hecho de otra manera. En China, en Wuhan, la gente se tomó las reglas muy en serio", apunta.
LA VUELTA A LA "NORMALIDAD"
Muchos aún utilizan mascarilla en Wuhan pese a que la ciudad no detecta contagios locales desde mediados de mayo: "Ahora es la más segura porque no hemos olvidado lo que pasó", indica Zhang.
Prueba de esto es que los wuhaneses, sobre todo los más jóvenes, no dudaron en celebrar a lo grande, en calles y discotecas, la entrada en 2021.
Eso no significa, dice Zhang, que hayan pasado página sin más.
El ingeniero puntualiza que las autoridades locales pusieron en marcha un programa de ayuda psicológica para los afectados por la covid, aunque decidió no apuntarse: "Lo más duro ya ha pasado y creo que no lo necesito".
También ha padecido dificultades económicas, y durante el tiempo que estuvo de baja por la covid tuvo que utilizar sus ahorros para mantener a flote a su familia y también pidió prestado a sus amigos.
Lo más duro, resume, fue no poder ver a su hija en medio año: "Cuando la vi de nuevo sentí que estaba empezando una segunda vida".
De hecho, solo sintió que volvía a una cierta normalidad una vez que su hija volvió a la guardería y él comenzó de nuevo a trabajar y a recibir su sueldo, suspendido durante cuatro meses. La empresa cerró durante seis, y ahora cobra el setenta por ciento de lo que ganaba antes.
"Creo que Wuhan todavía necesita tiempo. Todo el mundo va a necesitar algo de tiempo. Quizá en dos o tres años -augura Zhang- la gente pueda volver de verdad a tener una vida normal, en lo económico y en lo psicológico. Pero hace falta tiempo".
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Wuhan, un trauma complicado de olvidar
El coronavirus de 2003 era más virulento, y también más fácil de detectar: "Nadie podía imaginarse una pandemia Pensábamos que en unos meses estaría controlado"
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