Dos años atrás, vio la luz “Nueve de enero”, una antología que reunía una muestra de los once poemarios editados hasta la fechapor Francisco Caro. Este manchego de Piedrabuena, que ha repartido su acontecer entre Madrid y su tierra, entre las letras y la docencia, editó su primer libro, Salvo de ti, en 2006. Desde entonces, con pausa y esmero, ha ido puliendo una obra lúcida, coherente y preñada de nobleza. Galardones como el “Juan Alcaide”, “José Hierro”, “Leonor”, “González de Lama”, “Jovellanos”…, han ido avalando durante más de una larga década su trayectoria.
La reciente aparición de “Aquí” (Mahalta Ediciones), acerca un amplio puñado de poemas escritos entre 1998 y 2020. Algunos ya publicados, otros inéditos, se agrupan ahora para conformar una realidad latidora y nostálgica, emotiva y solidaria. En el conjunto se adivinan los sólitos pliegues del tiempo, las luces de la dicha, las áridas esquinas del desconsuelo, mas todo envuelto por un verso sabiamente ritmado y una dicción atemperada al hilo de la experiencia: “Si pudiera volver/ a ser feliz,/ a la cal y a la tierra,/ a la altura inocente/ y al verano de un niño entre albañiles (…) Y si después ahondaran/ aquel pozo infinito,/ de blanda arena,/ porque hubiera también/ un redondo lugar para los miedos”.
Dividido en tres apartados, “Días y tierra”, “Patio, y en ocasiones agosto” y “Respiraciones”, el volumen avanza unitario en su cántico, y dialoga con el alma abierta frente a una existencia que tiene en el ayer su fundamento futuro. Porque la acordanza se hace temblor en la piel y empeño en el corazón. No en vano, la dedicatoria paterna, materna y filial del autor, no es sino refrendo de esa alianza lirica que conforman el pretérito y el mañana: “Esta casa,/ alzada en lo que antes fuera huerto,/ nació cuando mis hijas,/ con ellas, para ellas (…) Escribo los orígenes,/ los sucesos del tiempo de esta casa,/ y escribo que la vida quiso unirnos/ en la exacta mitad del tiempo de ellos./ Vivirla ha sido siempre y desde entonces/ un trajinar alegre”.
Junto a la propia intimidad que destilan estos territorios y protagonistas, el poemario presentala cara más personal de Francisco Caro, quien va entretejiendo su pensamiento, su emoción y su conciencia desde unas raíces que respiran niñez y han hombreado junto a la fábula del vivir. Su sobria madurez expresiva va descortezando unos textos que ocupan y recrean la humilde voluntad de hacer común un mensaje cincelado con la lentitud de lo puro: “Nombrar frente a un laurel/ que nada olvida./ Nombrar como un oficio que persigue/ lo oculto, las preguntas./ Nombrar hasta que hallemos/ las olvidadas señas de lo que fue mi rostro”.
Un libro, sí, construido con la mesura de quien conoce y ama su oficio, dador de una verdad que no se esconde y que se alza desde una materia universal, colectiva, en suma, para compartir en silencio el milagro que se hace aurora entre las palabras: “He vuelto a donde fui/ -larga elipse la vida-/ porque escribir ha sido,/ línea a línea, nudo/ a nudo, descolgarme/ por la soga que ofrecen/ los papeles tintados/ hasta mirar de cerca/ mi rostro en la quietud/ del agua y su memoria”