Cuando el pasado marzo se estrenó la primera temporada de Sky rojo la definí como “un atractivo y frenético ejercicio de imitación bajo el que sobrevive cierto empeño autorial desde el que reivindicar la independencia artística, que no estilística”,a partir de “un guión inverosímil, tramposo, pero que es pura adrenalina”. Sus hábiles creadores, Álex Pina y Esther Martínez Lobato, han aprovechado la segunda entrega para enriquecer el discurso y procurar que la continuación de la trama no se limitara a un nuevo juego de artificios. Ya no se trata solo de exprimir la desesperada huida de sus tres protagonistas femeninas, sino de mostrar la vomitiva y destructiva realidad de la que huyen, la de la prostitución, bajo la dominación de proxenetas tan sofisticados como miserables, y la de los clientes que abusan de ellas, las soban, las empujan a recrear sus más retorcidas fantasías sexuales o, simplemente, se dedican a mirarlas desnudas. En este sentido, lo mejor de esta continuación es que dentro de tanto disparo, persecución y delirio de sangre, ese mensaje tan explícito logre reivindicarse con una rotundidad nada gratuita y mucho menos forzada.
En cualquier caso, lo que la sigue haciendo atractiva y poderosa es su acelerada y mejor planificada puesta en escena, desde el momento en que el guion mismo es una invitación al desafío, en especial para que la cámara se mueva con tanta libertad como lo hacen sus protagonistas a lo largo y ancho de una isla en la que no aparece ni una sola sirena en sus ocho capítulos (?), pese a la considerable munición gastada y los regueros de sangre y las víctimas que van dejando por el camino. Libertad, también, para volver a copiar. Sin reparos, ya sean escenarios -la cabaña de los cazadores-, situaciones límites -el suicidio frente a una muerte horrible- o planos -el abuso del plano encuadrado para exagerar los momentos más claustrofóbicos-.
Un descaro solventado una vez más de la mano de un reparto coral entregado, incapaz de cuestionarse lo que ocurre, pero convincente, con Verónica Sánchez, Lali Espósito y Yany Prado -aunque son las dos últimas las que parecen entender mejor sus personajes-, Miguel Ángel Silvestre y Enric Auquer -que ganan mayor presencia e intensidad, a veces demasiada- y, sobre todo, un tipo que se sale desde el dominio de cada escena, ya sea con la voz, el gesto o la pose, o todo junto. Soberbio Asier Etxeandia.