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Hablillas

Al colegio

La ternura y la admiración pulverizan los trabajos dedicados a la profesión que forma para la vida.

Publicado: 12/09/2021 ·
20:22
· Actualizado: 12/09/2021 · 20:22
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Este mes de septiembre comienza con el centenario del nacimiento de Carmen Laforet. El buscador más utilizado le dedicó un doodle donde aparece leyendo tras la barandilla enrejada de un balcón, con puertas verdes y lamas articuladas para tamizar la claridad, aquellas que disimularon las miradas curiosas y los comentarios en voz baja, no fueran a escaparse y llegar a oídos del paseante.

Entre los datos aportados durante el Día del Libro del pasado mes de abril se mencionó la efeméride. Por eso este verano apacible lo ha sido más por la relectura de sus obras, por recordar ese regusto de libertad limitada por el tiempo que le tocó vivir y disfrutó a pesar de la amargura de la posguerra y de no ser un hombre. Fue un lastre conocido por todos, silencioso y transcendente más allá de sus trabajos, yendo a conformar el legado, la influencia posterior hasta la actualidad.

Leer a Carmen Laforet es sentirse parte de la narración, ser lector y personaje, estar al lado de ellos y frente al narrador, a quien se le escucha con entusiasmo. El centenario coincide con la Feria del Libro de Madrid, cuyo traslado otoñal no va a alterar la afluencia de público ni el calor, y también con el inicio del curso escolar, tan especial para la autora.

Ella lo concibió como un mundo dentro de “una casa blanca” donde el aprendizaje “comienza separando los cuerpos mientras crece para acercar las almas”. Tal vez por eso le dedica varios cuentos en su volumen titulado Carta a don Juan, con una pizarra en la portada, tan significativa como el mejor trabajo recogido y titulado precisamente “Al colegio”, donde expresa con lirismo y sencillez el momento en que una madre lleva a su hija al centro por primera vez.

El arranque es una escena tan clara, inocente y emotiva como un fotograma, donde aparece el inicio del camino por la infancia mientras se viste de cumpleaños con una cifra. Es la madre quien se aferra al momento en un intento de retardar la separación. Por eso, ella se quita el guante para sentir la mano de la niña en la suya, apretándola emocionada.

Si en “Nada”, su obra más conocida, Carmen Laforet plasmó con plasticidad los claroscuros de la posguerra, en sus cuentos acentúa el rigor por el detalle y junto a la frase corta van cincelando escenas inolvidables donde el impulso y la espontaneidad se subliman al no perder la naturalidad que requiere la narración corta.

La ternura y la admiración pulverizan los trabajos dedicados a la profesión que forma para la vida. Estos renglones recuerdan hoy su cumpleaños y la vuelta a las aulas. Otro paso hacia la normalidad.

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