Cada mes de junio, una tradición familiar con hondo arraigo revive en la Fuente del Rey. Hablamos de la Cruz de Manena. Así volvía a ocurrir el pasado sábado, día diez, organizada por la Asociación Enrique Toral y Pilar Soler. Unas sesenta personas, entre familiares, amigos y vecinos, se daban cita en un lugar que no está exento de historia.
Pero, ¿cuáles son exactamente los orígenes de una celebración que, lejos de diluirse, se refuerza con vínculos fraternales año a año? Lo explica Paco Toro Ceballos. “La base es antigua; de la antigua Cruz del Portichuelo, derribada durante la República, mi bisabuelo guardó los restos en una tierra que tenía cercana. Por otro lado, desde entonces sirvió de lugar para poner la sartén en los guisos y comer cuchara”. “Al construir mi casa, la trasladé de lugar. La escalinata, de hecho, se construyó con losas de piedra de derribo, y mi madre pagó el cuerpo y los brazos de la Cruz, que tallaron Los Canastas, en su taller del polígono El Chaparral, de Santa Ana”.
De este modo, la recuperada Cruz ha pasado, de algún modo, a recuperar su vieja dignidad. Cabe recordar que la Cruz del Portichuelo era una más de las muchas que había colocadas a la salida de Alcalá, al igual que en muchísimos otros pueblos. Ante ellas, los viajeros, que a menudo se desplazaban a pie, se encomendaban con respeto esperando ser protegidos durante el trayecto. Los riesgos, cuando se abandonaba el amparo de la ciudad, eran muchos, como puede imaginarse, y los caminos eran frecuentados por maleantes al acecho de botín.
Lejos ya de aquellos tiempos, la Cruz, rebautizada ahora con el nombre de la matriarca de la familia Ceballos Sáez, Magdalena, cariñosamente conocida como Manena, adquiere una significación lúdica y entrañable en puertas de cada verano. En este contexto de fiesta, se invita a los amigos y vecinos de Fuente del Rey, de modo que al final se trasciende lo familiar para abarcar un ámbito de aldea, el cual se va reforzando con la llegada de las nuevas generaciones.