“No muere quien se va, sino quien se olvida”. Son palabras de los alumnos del instituto de enseñanza secundaria Pablo Rueda, que están presentes en el emotivo acto de inauguración del nuevo museo dedicado al gran ceramista castillero, un espacio museístico de primer nivel con el que Castillo de Locubín viene sin duda a saldar una vieja deuda con el que es uno de sus hijos más ilustres. Es la tarde del viernes, 21 de septiembre y la pequeña plaza junto al antiguo Pósito, el rehabilitado espacio que alberga ahora el museo, está a rebosar de vecinos que no quieren perderse este momento histórico. La misma concejala de Cultura, Rosa María Molina, también lo reconoce en su intervención ante los presentes: “Nunca habíamos visto así el Pósito”, y es que la ocasión lo merece. Tanto que la inauguración también ha reunido a una buena representación de la amplia familia de Pablo, incluso a su hermano Ramón, que, desde su silla de ruedas, se emociona a cada momento.
Seguramente no pueda haberse escogido un lugar mejor en Castillo para ubicar este hermoso museo. El Pósito es historia de la localidad, pero también merecía ser presente, parte viva de su patrimonio y a fe que se ha conseguido. Quien ha visto este lugar hace algunos años, en el estado en que se encontraba, probablemente no lo reconocerá. Gracias a esta gran iniciativa, sin duda una de las más ambiciosas y brillantes que se llevan a cabo a lo largo de la presente legislatura, Castillo gana un museo que no solo engrandece al municipio, sino que pasa a convertirse en espacio cultural de obligada visita en la Sierra Sur, porque nuestra comarca solo podrá empoderarse turísticamente desde una perspectiva coral y de conjunto, articulando lo mejor que cada uno de nuestros pueblos tenga que ofrecer.
El museo es moderno, elegante, descriptivo y ameno. En el recoleto recinto del Pósito nos traslada enseguida al sorprendente mundo creativo de Pablo Rueda. A sus imágenes de doble sentido con la Iglesia o la Guardia Civil como protagonistas. Sus bustos, sus pinturas, sus recreaciones de objetos cotidianos no dejan nunca indiferente al observador. De las más de 500 obras que el genio de Castillo creó a lo largo de su fecunda vida artística, el museo atesora cerca de una cincuentena, a las que hay que añadir diversos objetos personales. Este conjunto expositivo procede de la cesión de obras por parte de familia, Diputación Provincial y Ayuntamiento. El consistorio ha aportado casi en su totalidad los aproximadamente 30.000 euros que ha costado hacer realidad este viejo sueño, con la colaboración de la Diputación, que ha proporcionado las vitrinas en que se exponen las piezas. En cuanto a las visitas al mismo, podrán realizarse en horario de apertura de la Biblioteca Pública Municipal, que se encuentra anexa, así como los sábados de 10 de la mañana a 1 de la tarde. Durante los primeros meses, la entrada será gratuita, siendo posteriormente la intención el establecer una entrada a un precio simbólico de unos 3 euros, con el fin de que la recaudación se destine a la adquisición de nuevas obras.
El alcalde de Castillo de Locubín, Cristóbal Rodríguez, tiene también unas palabras llenas de carga sentimental en el acto de inauguración. Recuerda que este lugar, el Pósito del siglo XVIII donde nos encontramos y que ahora da vida al museo, fue almacén de granos pero también fue cárcel, y que una noche, un alcalde de Castillo, abrió las puertas de la prisión para que no se fusilara a nadie. ¿Podemos encontrar mayor gesto de valentía, de integridad y de tributo a la libertad que este? Pablo Rueda, que tan libre fue, estará sin duda orgulloso de que las obras salidas de sus manos luzcan en un lugar como este. Porque, según adelantaba el primer edil, estamos ante el embrión de lo que aspira a ser un espacio museístico mayor, ya que la intención es trasladar la actual biblioteca pública a la ubicación del juzgado de paz, dedicando esta sala a acoger exposiciones temáticas así como piezas procedentes de otro de los grandes enclaves de Castillo, como es el yacimiento de Encina Hermosa.
En ese sentido acto inaugural que encoge un poco el corazón a todos los presentes, el diputado de Cultura, Juan Ángel Pérez, perfila, en grandes trazos, como la haría un pintor impresionista, las señas de identidad que, sin embargo nos ofrecen un retrato fiel de lo que era este gran artista. “Pablo Rueda era vanguardia, era sensibilidad, era creación, era lucha, era igualdad, era visibilidad, era cultura, era genial e irreverente como un buen sabio”. Más tarde, alguno de sus familiares pedirá con respeto la palabra para añadir que era, ante todo, una persona especial. Las lágrimas vuelven a aflorar. Es inevitable.
Pablo Rueda Lara nació el 30 de julio de 1945 en el cortijo de Fuente Malaño, al pie de la Alfávila, en las afueras de Castillo de Locubín. Ya desde pequeño, cuando cuidaba ovejas en esta finca arrendada por su familia, elaboraba figuras de barro, mostrando los primeros signos de su asombrosa imaginación y creatividad. Tras estudiar en la SAFA de Alcalá la Real, marchó al Seminario de Burgos y después a Madrid, donde conoce a una familia holandesa que constituiría su conexión con dicho país, al que fue a pasar unos días y se quedaría media vida. La España del desarrollismo se le queda definitivamente pequeña y da el salto a los Países Bajos en 1969. En Rotterdam se forma y obtiene el título de Diseño Monumental en la Academia de Bellas Artes. Más tarde abre su taller y comienza a exponer con gran éxito, en 1976. Pronto causa impresión por su estilo, personal e irreverente. Se ha dicho de su obra que es hiperrealista, con cierta influencia del "pop-art" y de las vanguardias. Al igual que su contemporáneo Andy Warhol llevó a la categoría de arte la plasmación de lo cotidiano, de objetos que pudieran parecer superfluos o triviales, Pablo Rueda hace lo equivalente en la cerámica, rozando y alcanzando la perfección al presentarnos elementos de la vida diaria que uno debe tocar para cerciorarse de que están hechos de barro cocido. A Pablo Rueda, de hecho, se le ha llamado “el mago del barro” ya que, en efecto, era un artífice excepcional a la hora de crear objetos de arcilla que, sin embargo, simulan la tela, el papel, la madera, el esmalte o el mármol.
A lo largo de la década de los ochenta, la fama de Pablo Rueda se vuelve internacional, y su obra puede verse en exposiciones organizadas en países tan diferentes como Estados Unidos, Bélgica, Alemania, Reino Unido, Italia, Holanda y España. Su vida se apaga de forma muy precoz, a los 48 años de edad, el 23 de septiembre de 1993. No podía haberse encontrado, por tanto, mejor momento para que su pueblo le rindiera este tributo, cuando se cumple un cuarto de siglo de su desaparición. Hilando de nuevo con las palabras que servían para arrancar este artículo, otros mueren, pasan por el mundo, se olvidan. Sin embargo, la llama de los seres especiales toma fuerza con el tiempo, su impronta crece, y cada minuto, cada día, parecen estar un poco más entre nosotros.