Otro Festival de Jerez que se va dejando muy alto el listón, sobre todo, por el subidón de la recta final con los espectáculos
Úrsula López, Mercedes Ruiz y, sobre todo,
Manuela Carrasco. No es que el espectáculo de la maestra sevillana tuviera más elaboración que el resto, pero su presencia marca un broche de oro emocional con el inicio de su gira de despedida después de cincuenta y cinco años en activo.
Haciendo un balance genérico, es preciso resaltar nuevamente la salud de la que goza el certamen porque la asistencia de cursillistas (que son los que dan vida a esto y pagan los cursos y entradas) ha sido masiva, quizás y a espera de los datos oficiales, superior hasta incluso antes de la pandemia. El ambiente ha sido maravilloso. Los alrededores del Villamarta han palpitado cada noche con la copa de vino previa, la tapita de después de la función, el trasnoche histriónico en el tabanco Las Rejas donde todos coinciden, cantan y bailan.
La cultura de Jerez sale nuevamente reforzada porque además de presenciarse los montajes en escenarios como el propio teatro, Sala Compañía, Museos de la Atalaya o Palacio de Villavicencio, el trasiego por el casco histórico o San Miguel o Santiago es de lo más movido porque en cualquier calle hay una sala de ensayo, una peña flamenca, o un bar donde almorzar. Los que nos llegan de fuera visitan los monumentos, museos, rincones con encanto, bodegas… vendemos lo nuestro y hacemos patria sin movernos del sitio. Tenemos que valorar eso y cuidarlo, debemos defender siempre nuestro papel de anfitriones.
En lo artístico, los últimos días han sido bastante emotivos y han reflejado la mejor cara de la edición con la presencia de las tres artistas mencionadas al principio.
Estévez y Paños volvió a Jerez con
La Confluencia, un espectáculo rodado en el que ambos artistas seducen en el viaje por estilos, formas y poses de tiempos y recovecos insospechados. Este dúo es de nivel, siempre aportan, nada es superfluo y dan prestigio a la muestra. Fue
Úrsula López la encargada de rememorar bailes de la edad de oro en inspiración lorquiana con
Comedia sin título, la obra inacabada del poeta de Granada. Contó con un gran ballet de hasta ocho integrantes evidenciando su capacidad creativa en lo coreográfico y su nivel interpretativo en la técnica.
Mercedes Ruiz ha estrenado
Romancero del baile flamenco, de lo mejor de este año. La jerezana ha diseñado un recital con una elegancia brutal, bailando por derecho y con escenas cuidadas tanto en lo musical como en lo visual. Para este montaje ha contado con la presencia de José Maldonado como compañero de viaje, un bailaor de otro corte pero sin salirse de lo que Mercedes abandera, la tradición.
Manuela Carrasco ha iniciado su gira de despedida aquí, previsiblemente duradera porque además de un “hasta siempre” en España, lo dirá en América. Haber cerrado este Festival con el corazón en vilo nos hace felices porque Manuela nos ha dado una lección de sentimientos, de baile gitano y majestad. Es un mito y nos regala su presencia. Jesús Méndez actuó como invitado, y Enrique El Extremeño cantó por soleá para que el público se pusiera en pie para agradecer todo lo aportado en esta impecable trayectoria.
En otros lugares,
Fernando Jiménez ha presentado
Camino, un paso más en su carrera bailaora desde la madurez y el dominio escénico;
Cynthia Cano ha causado muy buena impresión con
Locas Mujeres, contando con
Joaquín Grilo en la dirección, y
Juan Tomás de la Molía ha sido otros de los más destacados por su apuesta por la bulería como estilo único de
Vertebrado.