Antes de entrar a fondo en materia, quisiera aclarar un pequeño detalle. Por si no se han percatado, desde el pasado domingo el espacio que me reserva este medio, va encabezado con el nombre de El campanario. Ello es debido a que, con el discurrir del tiempo, el personaje de Servando que utilicé durante tantos años para mostrarme por estas páginas, me ha pedido una excedencia temporal y yo se la he concedido por que de bien nacido es ser agradecido. Él inspiró muchas de mis historias y no podía por menos que complacer su justa petición. Por tanto, a partir de ahora dejaré tranquilo una temporada al bueno de Servando y seré yo en primera persona quien continúe asomándome desde lo alto de este nuevo campanario -que muy bien podría interpretarse como una figurada atalaya de observación-, para opinar sobre todo aquello que merezca la atención de la consideración general. Aunque, a veces, necesite el catalejo del pirata Barbanegra para divisar a barlovento esos horizontes escabrosos que otros bucaneros no tan distantes pretenden ocultar a nuestros ojos.
A título de despedida, Servando me ha dejado una última observación a propósito de estas Fiestas, que reproduzco tal cual me la ha transmitido. Dice así.
En La Isla de nuestros días, hasta la Sagrada Familia arrastra un cabreo de cojones. La Virgen, San José, el Niño, la mula y el buey, andan por ahí despotricando por la ubicación que les han destinado estas Navidades debido a las dichosas obras del tranvía. Aunque yo digo que no; que las obras nada tienen que ver con el sitio elegido por Fiestas para hospedar al tradicional Belén.
Como las mulas y los bueyes nada más que hablan en las películas de dibujitos animados y el Niño solo sabe decir anjó, son María y José los que no paran de rajar del ridículo escaparate en el que han sido expuestos justo dentro del corazón urbano de una ciudad tan capilla como la nuestra. Ninguno de los dos acaba de comprender que ha podido pasar aquí para que nadie rechiste contra la vejación recibida. Ni la asociación de belenistas, ni el colectivo cofrade, ni las comunidades cristianas, ni las sociedades caritativas… Ni siquiera los curas, tan escrupulosos ellos con cualquier detalle que implique interferencia en la pureza y veracidad de los episodios sagrados sobre el nacimiento, vida y muerte de Jesucristo, han sido capaces de lanzar el grito al Cielo ante semejante descalabro.
-¿Es que nadie se da cuenta de esta barbaridad? -se preguntan María y José.
-Yo si santidades -les contesto. Lo que pasa es que, si hace dos días miles de cañaíllas se tiraron a la calle guillotina en ristre y se los pasaron por la mismísima rabadilla, ustedes me dirán a mí que influencia puedo tener yo solo protestando a capela pancarta al viento. Ninguna. De cualquier forma, por decirlo que no quede…
El Nacimiento este año está situado entre el bigolpista Varela y un cono a modo de árbol navideño que recuerda más los cucuruchos del tío del american que un símbolo de Adviento. Con semejante compañía es de comprender que el santo matrimonio esté que trina. Lógico. La gente bendita no puede encontrarse a gusto junto a un sedicioso sanguinario a lomos de un caballo apestoso y una alegoría floral, pagana de origen, recubierta por medias lunas islámicas antagónicas con el catolicismo que ellos proponen. Además, para joder más el invento, todo este desaguisado es amenizado por villancicos en inglés como si aquí no tuviéramos Marimorenas y Peces en el río que cantar. Vayan ustedes a saber las razones que han llevado a los del ordeno y mando a juntar tres cosas tan opuestas.
Ya dije antes que la obra del tranvía no es la culpable porque a la vista está, la prisa que se están dando en terminar la Plaza de la Iglesia para las uvas de fin de año. Todo hace pensar que desde Isaac Peral, están seguros que la cortina de humo que cubrirá la retransmisión de las campanadas, será lo suficientemente espesa para tapar esa mamarrachada de Misterio navideño, y de paso desviar la atención del pueblo hacia ficciones menos pesarosas que las realidades que sufre. pacolaisla@yahoo.es
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