La crisis económica que atravesamos ha puesto de manifiesto los puntos débiles del capitalismo liberal, basado en la propiedad privada y en la economía de libre mercado, que impera en la actualidad en buena parte del mundo. En consecuencia, desde diferentes foros de opinión, públicos y privados, se han suscitado reflexiones en torno a la necesidad de reformular este sistema. ¿Pero realmente resulta necesario?
Últimamente, el profesor Aldo Olcese, autoridad económica y financiera, ha publicado un libro cuyo título "El capitalismo humanista", significa abrir una nueva conceptuación, complementaria en todo caso, a la enunciada hasta ahora. Desde su punto de vista, esta crisis exige oxigenar el capitalismo porque los conceptos vinculados a la ética, a la transparencia y al buen gobierno deben imperar en la cultura organizativa de las empresas y grandes corporaciones,(incluídos los gobiernos) procurando hacer el bien general desde el interés particular en el marco de libertad económica.
Lo que está en crisis, en definitiva, son las pautas de conductas abusivas, y a veces fraudulentas, que las actuales normas, o las ausencias de ellas, han permitido o han hecho posibles, amparadas por la bandera de la codicia y del "todo vale". ¿Porqué necesariamente el capitalismo debe ser explotador y no puede tender al bien común, respetando los límites de la privacidad?
Para ello sería preciso que la gestión privada y sus consecuencias tuvieran como principal objetivo estas premisas, entre otras: primero, la protección del medio ambiente; en segundo lugar, su gestión, debería estar exenta de la acción social a favor de los más desfavorecidos, (una especie de obra social al estilo de la desarrollada en nuestro país por las Cajas de Ahorros); en tercer término, debería comprender una lucha abierta contra la corrupción y la codicia y, en última instancia incluiría, inevitablemente, el compromiso de excluir una competencia desleal desechando las prácticas abusivas y de posición dominante. Hace dos mil años, Lao Tse, un filósofo chino, propugnaba ya "La ley del cielo es beneficiar y no perjudicar", ¿porqué, entonces, los humanos del siglo XXI somos incapaces de establecer canales de solidaridad con los más desfavorecidos a la vez que administramos y rentabilizamos nuestros recursos y capacidades?, ¿porqué somos insensibles a los injustos desequilibrios que pueden terminar por ahogar nuestro planeta?
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