Tras recorrer el largo haz de la hoja, la gota de rocío pende de su vértice antes de caer a la tierra donde se diluirá su contenido. Tras su recorrido cronológico el año alcanza el vértice de su existencia y ya pende de las fiestas navideñas antes de que la “nochevieja” lo diluya incorporándolo a las estanterías de la historia. La memoria que es la única capaz de visitar estos compartimientos auténticos y transmitir lo que en verdad fue su existencia se encuentra, sobre todo en la actualidad - al igual que la gota de rocío con el sol de mediodía que la deseca - con un luciente bibliotecario, al que se le ha dado el poder de ser guardián de la historicidad, que utilizando un nuevo arte mágico - la tergiversación política - acorta o cercena miembros al cuerpo de la historia e hipertrofia aquellas vísceras que empecinada y fanáticamente fantasean con acrobacias partidistas y a veces odiosas, lo que debía de ser una marcha firme. El engaño es un circo con carpa populista y radical.
Los políticos españoles de los distintos partidos entonces existentes, llevaron a cabo tras la muerte del anterior Jefe del Estado en 1975 una transición, que evitó la ruptura y se consiguió mediante acuerdos y pactos, que el país avanzara, sin posibilidad de retorno, hacia la democracia. Pero hubo un protagonista en el cambio hacia la transición, humilde y silencioso, la “sociedad civil”, que desde años atrás vio la necesidad que una sociedad que aspira a ser libre y abierta al progreso, tiene de terminar con el modelo de vida singular y único que entonces ostentaba el nacional/catolicismo y promover un pluralismo - con una base común necesaria y precisa, que nos llevó a la Constitución de 1978, que condicionó una vida alejada de enfrentamientos propios de los años treinta del pasado siglo donde los sucesivos “golpes de Estado” finalizaron en una confrontación triste y criminalizada según unos y otros y en la que todos los que intervinieron, no pueden ligera y descaradamente deshacerse de sus culpas. Sin ruidos y sin pregonar su protagonismo, la sociedad civil fue decisiva.
Pero todos tenemos también la impresión de que tras la Constitución del 78, la sociedad civil ha quedado en estado de sopor y laxitud, que la ha alejado de su participación en la vida activa y política del país, pasando a ser “la mayoría silenciosa”.
Siglo XXI. Hemos iniciado este mismo año su tercera década. No estamos en los mejores momentos de nuestra historia. La pandemia universal, ha roto aquel vaso medio vacío que ya soportábamos. Es nuestro deber reponerlo y llenarlo. Contamos para ello con un país con excelentes recursos naturales e infraestructuras, con capital financiero y comercial suficientes para conseguir el bienestar y progreso que nuestra historia merece, pero ya llevamos algún tiempo inmersos en una inestabilidad política que ha hecho perder la confianza en las instituciones que manejan la política diaria al completo, la economía del país en su mayoría, la educación y enseñanza en su totalidad. Que incinera los recursos humanos y transforma el comportamiento cívico, donde la tabla de valores no ha resistido la carcoma del libertinaje. Nos falta sentido de Estado.
El año que se consume, ha sido ejemplo de ello. No hemos conseguido resolver los acuciantes problemas del país. No voy, ni tengo espacio para enumerarlos, pero todos los conocemos, desde la inepta gestión de la pandemia, a la ineficacia en encontrar una salida viable a la situación económica. Desde la vulnerable unidad del país, a la anulación, cuando no persecución de la lengua española. Desde los ataques a la propiedad a la protección de quienes lo ocupan ilegalmente. Desde la aversión al saber, el esfuerzo y la responsabilidad, al enaltecimiento del suspenso. Desde hacer sinónimos los términos “valores” y “facha” al asociarse con grupos antisistema. Desde dar dádivas y hacer prevalecer la desigualdad entre comunidades a cambio de un sí que favorezca los presupuestos partidistas, etc. etc.
Hace algunos días se escuchó en el parlamento una frase (“taco” incluido, que no voy a repetir) de la que me sirvo para preguntar: “¿Qué tiene que ocurrir en España, para que de una vez se imponga el sentido común y la decisión consensuada de todos los españoles?”. La respuesta es tan fácil, como utópica: “Que la Sociedad Civil se despierte y actúe”. Pero en el nuevo año, seguiremos viendo cómo la gota del rocío cae y se diluye en el terruño, sin dejar ninguna huella.