Que María Vargas ha sido y es una gran cantaora no es nada nuevo. El pasado mes de junio pudo recoger su
Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes de manos de SS.MM. los Reyes de España en una cita celebrada en el Palacio Real de El Pardo, meses después de lo previsto a causa de la pandemia que obligó a posponer la primera convocatoria en 2019. Es uno de los más dignos reconocimientos que presiden la vitrina de su casa jerezana, tierra que la acogió hace más de sesenta años para que diera un gran paso al principio de su carrera artística y que, ahora, le sirve para revivir emociones que en Madrid no encuentra.
Aquí ha sabido adaptarse a la actividad flamenca y suele acudir a cuantos recitales puede para escuchar las nuevas voces que no siempre están a la altura de un paladar tan refinado como el suyo. Y no es de extrañar que tenga esas exigencias puesto que ha tenido el gran honor de compartir carteles y escenarios con artistas tan destacados como Juan Talega, Antonio Mairena, su prima La Perla, su amiga La Paquera de Jerez o
Fernando Terremoto, uno de sus máximos referentes. No habría que olvidar, tampoco, su estrecha relación con Camarón de la Isla o Paco de Lucía, con quienes tuvo incluso que compartir aviones y gira por Europa.
Es figura desde pequeña, a pesar de que su padre le daba la libertad justa para que pudiera desarrollar su arte. Pero él estaba ahí también para hacer de ella una mujer llena de valores y firme en el propósito de la defensa del cante gitano.
La de Sanlúcar cumple en unos días
75 años y tiene previsto viajar a Madrid para estar con sus hijos y nietos a los que tanto añora cada día. Pero sí, en Jerez ha encontrado ese ecosistema de flamenco natural y de amistades cercanas que le sacan de la bulla de la capital española en la que ha pasado la mayor parte de su tiempo.
Antes de viajar por unos días, ha querido agasajar a algunos amigos y familiares con una berza de verdadero cine. Es feliz haciendo de comer para los demás, así como viendo a estos comerse lo que ha preparado. Pero si por algo podemos aplaudir a María, aparte de por ese cante que te hace viajar al vinilo y al blanco y el negro, es por su dominio de la repostería. Cuando acabamos la pringá (yo no me perdí ese encuentro) empezó a sacar bandejas con roscos,
mousse de turrón, bizcocho con almendras, sorbete de limón, arroz con leche… todo cocinado por ella durante días para que sus invitados se fueran más que satisfechos. ¡Qué manos, María! Eso merece otra Medalla de Oro. Así como esas muñecas de la maestra
Angelita Gómez que no se perdió la velada y que se marcó uno de sus bailes de ensueño.